Por GONZALO VALLEJO
Alí fue producto de la magia y de la alquimia, quizás una simbiosis demasiado maravillosa, quizás ajena totalmente al mundo actual. Alí fue un ser muy especial y jamás se cuestionó el origen de su nombre, evidentemente de raíz semítica, a pesar que sus ancestros provienen de la lejana Wurtemberg, aquella hermosa región de la Selva Negra alemana, tan boscosa, tan campesina, tan bucólica. Alí fue esencialmente independiente y según estudios etológicos conductuales al cual fue sometido fue diagnosticado con serios problemas sociológicos y psicológicos. Su inteligencia superior y genialidad fue la razón de su comportamiento tan nihilista, aunque con rezagos de una extraña afectividad. Alí fue durante toda su vida un ser solitario con espíritu definitivamente monástico. Creo, siempre creo, tuvo el don de la castidad, esa castidad crepuscular y presentida que sólo conocen los seres ataviados de una sólida brillantez intelectual.
Alí tenía un paladar exquisito, producto de su educación o formación aristocrática. Su ropaje de color sal y pimienta lo hizo distinguirse entre sus pares cuando, por motivos de salud,, salía a caminar por rutas majestuosas y errabundas. Nuestro primer contacto fue una tarde de verano hace ya muchísimos años, cuando el sol estrangulaba a los breves insectos y hacía crepitar mis melancólicas sienes. La empatía fue mutua. Alí escuchaba silenciosamente las lecturas de Goethe, imbuído en ese silencio mayor y casi terrorífico. Creo, siempre creo, que fue su autor favorito. A través del tiempo cultivamos una amistad marcada muchas veces por mi ausencia y por las lecturas compartidas.
Ahora recuerdo a Alí, sentado en un café parisino, con la natural nostalgia que otorga el recuerdo por aquellos seres mortalmente prisioneros por la vida. Evoco su triste mirada cuando nos despedimos y creo haber notado, siempre creo, una extraña humedad en sus ojos, la humedad del otoño, unos ojos que ya presentían la definitiva y pálida soledad.
Alí fue un ser noble. Alí fue un ser amado. Alí fue el can de mi hija.
Andrea
Como siempre…elegante y nostálgico