@plumaiquiqueña
El mar tiene muchas interpretaciones, dependiendo del lugar, espacio y tiempo preciso. Para Pablo Neruda era un aprendizaje, calma y también un mar bravío, para Alfonsina Storni, el final de un camino y para Oscar Hahn, un viaje inexorable a la infancia.
Es de iquiqueños bañarse en la playa más bonita de Chile, chauvinismo puro, pero que más da, si el suave oleaje de las olas, elevan brazos y piernas a cualquier hora. La ciudad ha crecido a pasos agigantados, en concordancia al modelo económico y el éxodo del mundo rural a la ciudad.
Sumado al movimiento migratorio más grande de este siglo, cinco millones de venezolanos están repartidos por Latinoamérica e Iquique no es la excepción. Se comprueba este sincretismo cultural reposando por las arenas tibias del litoral con los ecos de vendedores de distintos acentos y colores, ofreciendo papa rellena colombiana, arepa venezolana, empanada de pollo, completo, choclos cocidos, ceviche con cancha, mariscales y mojito cubano con maldad y sin maldad. Y pensar que antes sólo vendían berlines, membrillos, cuchuflí barquillo y pan de leche luna.
¡A la orden mi señorita!¡Dios me la bendiga! Se repliegan como gaviotas desde el ex loquillo hasta el sector de la Hostería. Mientras me baño y me refresco en las cálidas aguas iquiqueñas, vislumbro el restorán el Sombrero y el Casino de Juegos.
Décadas atrás, la península no estaba poblada de elefantes, se mantenía la cultura barrial manifestada en carnavales y fiestas patronales. El Saladero era el punto de encuentro de los cabros de distintos barrios. Los guatazos se multiplicaban por doquier, así como la piel impregnada con el color de un chungungo.
¡Los rayos del sol no darán tregua este verano, las altas temperaturas se sienten en el ambiente y en mi espalda también! ¡Oh!, creo que no me apliqué protector solar, creo que nuevamente soy presa del pasado, donde no se usaba ningún ungüento mágico, sólo debías tener el espíritu de un marlín y ser feliz en la playa más bonita del país.