@plumaiquiqueña
Me levanto bien temprano con el perro quiltro durmiendo al lado.
Aprobaron el tercer retiro, y yo sigo trabajando como chino.
Me acorde de ti mamita Rosa, que me decías, oye cabro deja de tomar té y comer arroz blanco, que se te van a colocar los ojos como el chi
no del despacho.
Y tenía razón la señora, nacer en Iquique es cosa curiosa. Los primeros habitantes, camanchangos navegantes, en balsa de cuero lobo, eran buenos pescadores, salaban y secaban el rico congrio, llamándolo charquecillo.
La caleta de cien almas fue creciendo con el tiempo, con un amasijo de casas alrededor de una iglesia y decenas de botes con redes para la pesca. Luego se transformó en puerto y capital del desierto.
En el nuevo siglo, volver a los 17 es un verdadero torbellino, con elefantes blancos caminando por todos lados. Enciendo la cocina con la tetera más vieja que el hilo negro, pero firme como un tamarugo, no se rompe ni con los temblores. El desayuno es lo más importante dice mi taita, aunque también el almuerzo y el lonche pampino. Me mandan a buscar dos huevos de colores al fondo del patio, atravesando el tendedero, por la chita que no veo. Para hacerlos a la copa dice la mami Rosa y no pasarse de la hora, de lo contrario quedarán duros como la melcocha y los polulos del año uno.
El pan batío crujiente de la panadería El Pueblo, será buen compañero para untarlo con el huevo.
La mesa está servida, el tecito humea rico a cedrón y hierba luisa.
La radio chicharrea la canción de la pulpera de Santa Lucía y el delantal de la mamita Rosa baila con la brisa marina.
¿Qué vai hacer de almuerzo mami ?- pregunta el más viejo de la casona, antes de irme a leer el diario a la plaza de los jubilados.
¡Come y calla! Después te cuento, mira que me enredo con tantos cubiertos.
El día está pa’ pescado escabechado y un tecito helao, abriga el cuerpo y el corazón desdichao, replica el más viejito y sabio de la calle que se ilumina con la estrella llamada Orella.
Buena idea papito, sorbetea este tecito que está tibiecito, más ratito le ponemos la picardía, le dice el hijo mayorcito.
Ahora que aprobaron el tercer retiro, podríamos hacer un asaito pa’l domingo, exclama el más chico. En la carga de mañana, me traigo unos conejos y hacemos un picante que aguante hasta tarde con locoto y arroz iquiqueño.
Porque si vamos a morir en esta bendita tierra que sea con el alma estremecida y el pupo afuera.
¡Avísale!