Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl/ Académico, Escritor e Investigador (PUC-UACh)
“Es necesario hacer mucho más énfasis en lo que un niño autista puede hacer, en lugar de destacar aquello que no puede hacer”. (Dra. Mary Temple Grandin, una autista conocida mundialmente, autora del libro “Pensando en imágenes”, entre otros).
No cabe duda alguna, que la Dra. Temple Grandin es una de las autistas más conocidas en el mundo entero, quién ha logrado metas y objetivos que ni siquiera algunas personas consideradas “normales” son capaces de alcanzar: es zoóloga, etóloga, diseñadora de mataderos, tiene un doctorado y es profesora de la Universidad Estatal de Colorado.
La Dra. Grandin se describe a sí misma como “una pensadora visual y no una pensadora basada en el lenguaje. Mi cerebro es como las imágenes de Google”, dice ella, agregando que “el foco de todos nosotros, debería estar en enseñarle a las personas autistas a adaptarse al mundo social que los rodea, al mismo tiempo que se resguarda la esencia de quienes son, incluyendo su autismo”. Tengamos presente, asimismo, que el autismo no corresponde a un error de procesamiento de la información, sino que es un sistema operativo diferente, donde la sinestesia puede jugar un rol preponderante.
De acuerdo con lo que señalan diversos expertos, el autismo se describe como: (a) un trastorno de tipo neurológico complejo, (b) un trastorno generalizado del desarrollo (DSM V), el cual, generalmente, perdura toda la vida. El autismo constituye parte de un grupo de trastornos conocidos como “trastorno del espectro autista”. Con el fin de abreviar este concepto, se utiliza el acrónimo TEA, o ASD en inglés (Autism Spectrum Disorder).
Digamos de partida, que los síntomas/signos de un sujeto que tiene autismo, pueden ser muy distintos de los síntomas/signos que presenta otra persona que también tiene autismo, ya que existe una amplia gama de características que no son, necesariamente, compartidas por todas las personas con autismo. Es así, que podría darse el caso de un sujeto que presenta signos leves, en tanto que otro puede presentar señales graves y, sin embargo, ambas personas compartirían el mismo diagnóstico.
El autismo puede presentarse en cualquier grupo racial, étnico y socioeconómico, sin que importe la riqueza o la pobreza que rodea a la familia del menor autista, siendo cuatro veces más frecuente en los varones que en las niñas. Si bien, los trastornos de un TEA se pueden diagnosticar de manera formal antes de los tres años, nuevas investigaciones han dado pie para que el diagnóstico pueda ser hecho, eventualmente, a los seis meses de edad, siendo los padres, quienes comienzan a observar conductas extrañas o poco comunes en sus hijos, o bien, ellos advierten la incapacidad del niño para alcanzar de manera adecuada las etapas normales del desarrollo infantil. Uno de estos indicadores, es por ejemplo, el retroceso en la emisión de ciertas conductas ya desarrolladas y, en lugar de presentar avances –tal como el uso del lenguaje–, presentan retrocesos, es decir, es como si “perdieran ciertas habilidades o aptitudes”. Hoy se sabe que cuando los padres detectan –o sospechan– de ciertas “rarezas” en sus hijos, generalmente, ellos están en lo cierto.
En términos generales, los principales signos que indican la presencia de autismo o TEA, están vinculados directamente con dos constelaciones principales: 1. Problemas y/o dificultades con la comunicación con otras personas, 2. La presencia de conductas extrañas, rutinarias o repetitivas, llamadas también “conductas estereotipadas”.
Es así, por ejemplo, que algunas señales claras que podrían advertir a los padres de la presencia de alguna forma de autismo son las siguientes:
Alteración cualitativa a nivel del proceso comunicativo:
Incapacidad para responder a su nombre a los doce meses de edad.
No le es posible explicar aquello que desea; existe alteración de la capacidad para iniciar o mantener una conversación con otro, uso de un tono monótono, repetición de rimas o eslóganes comerciales.
En ocasiones, parece escuchar lo que se le dice, en tanto que otras veces sucede todo lo contrario.
Es incapaz de seguir instrucciones o indicaciones de los adultos.
No utiliza expresiones corporales como agitar la mano para decir adiós o para despedirse de alguien.
Deja de balbucear o de decir palabras que decía y conocía en un comienzo.
Alteración cualitativa a nivel de la conducta de interacción social
No responden con una sonrisa cuando un tercero (padres, otro familiar) les sonríe.
Evitan establecer contacto ocular con las personas, hay falta de expresión facial, les desagrada que los tomen en brazos, los acaricien o que los sienten en las piernas.
Tienden a jugar en forma solitaria, evitando integrarse a juegos de grupos con otros niños, mostrando total indiferencia por otros menores de su edad.
Falta de reciprocidad social: parecen vivir en “su propio mundo interno”.
No prestan atención a las personas que los rodean, evitando incluso, todo contacto físico. En algunos casos graves, si alguien intenta abrazarlos, ellos los alejan y rechazan, y si la persona insiste en hacerlo, se corre el riesgo que el menor comience a autolesionarse: darse cabezazos o mordiscos en los dedos, manos, etc.
No hacen gestos o señales de que les interese algún objeto que resulta llamativo y atractivo para otros niños de su misma edad.
No suelen llamar, pedir o buscar la atención de sus padres.
Presencia de conductas, intereses y actividades restringidas o estereotipadas:
Estos niños muestran preferencia o apego inusual por ciertos juguetes por sobre otros, así como por algunos objetos y rutinas repetitivas, tal como por ejemplo, sostener un cordel o una pluma en sus manos y quedarse horas mirando y haciendo girar, una y otra vez, esa pluma en sus manos.
Pueden pasar horas enteras en la mesa haciendo filas con objetos, o alineando un número exacto de juguetes del mismo modo, una y otra vez, experimentando molestia o frustración si alguien toma estos objetos o los desordena.
Estos niños tienden a experimentar lo que se denomina “ecolalia”, es decir, reproducen, una y otra vez, las mismas palabras o frases.
Muestran una cierta conducta del tipo restrictiva, es decir, repiten o hacen siempre lo mismo, siendo incapaces de pasar a otra cosa, dando la impresión que se han quedado “pegados” o “estancados” en una determinada conducta.
Manierismos motores y repetitivos: caminar en puntillas, sacudir o girar en forma interminable las manos o dedos, mecerse durante largos lapsos de tiempo.
Dan la impresión de deambular de un lado a otro sin sentido, o bien, de estar mirando al vacío.
No se dan cuenta del malestar o de las emociones que experimentan los demás; pueden experimentar pataletas y rabietas intensas y violentas.
Presentan mucha sensibilidad y reacciones exageradas ante ruidos fuertes, ante la luz o ciertos colores que les producen temor o disgusto.
Pueden presentar patrones de conducta y/o ciertos movimientos complejos de todo el cuerpo que son vistos como extraños por los demás observadores.
En síntesis, al observar a estos niños, encontramos una serie de alteraciones: de la interacción social, de la comunicación verbal y no verbal, alteración del procesamiento de la información, presencia de un comportamiento repetitivo y obsesivo, intolerancia a la frustración, gran aversión al cambio y fuerte adhesión a las rutinas y hábitos, con un fuerte deseo por la invarianza, es decir, un marcado rechazo a los cambios.
Ante este panorama, la idea de fondo es transformar de manera dinámica el “estilo” de educación al que son sometidos estos niños y niñas, con la finalidad de comprender a cabalidad cómo aprenden los menores con TEA con una única meta: que puedan florecer seres humanos completos, felices y armoniosos, de manera tal que, en la medida de lo posible, puedan integrarse de manera productiva a la sociedad a la cual pertenecen.
No cabe duda, que el cerebro humano, es un órgano tremendamente complejo, que tiene mucho que enseñarnos aún en relación con el desarrollo de ciertas habilidades humanas, tales como el estilo de razonamiento, la aparición y desarrollo del lenguaje, el desarrollo cognitivo, la forma de procesar y decodificar la información, las motivaciones internas y las conductas finales que entregamos en nuestra relación con otros seres humanos.
Digamos, finalmente, que resulta crucial conocer las nuevas terapias alimenticias, biomédicas, biorreguladoras y ortomoleculares, con el fin de poder aplicarlas en beneficio de los niños autistas o con algún trastorno del espectro autista, por cuanto, el gran objetivo de estas terapias, es recuperar y/o resguardar la salud de las personas por intermedio de un suplemento nutricional y a través del fortalecimiento de los sistemas de eliminación de sustancias nocivas que tenemos al interior de nuestros organismos.