Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Señalemos, como primer aspecto a destacar, que el bajo nivel de lectura entre los jóvenes universitarios termina impactando fuertemente en su rendimiento académico durante el primer año de universidad.
Diversas investigaciones demuestran que –en términos generales– los estudiantes leen muy poco y comprenden aún menos aquello que leen, una dura realidad que conspira directamente en contra del éxito en el primer año, donde se requiere, entre otras cosas, de: (a) capacidad de síntesis, (b) capacidad de reflexión y (c) capacidad para fundamentar sus opiniones, todo lo cual, sólo se puede lograr con la lectura habitual. A lo anterior, es preciso sumar el esfuerzo, dedicación y perseverancia que se requiere en el logro de ciertos objetivos.
Ahora bien, esta realidad no puede ser explicada a través de achacar toda la responsabilidad exclusivamente a los estudiantes, por cuanto, el déficit en lectura y capacidad de comprensión lectora viene marcado desde el colegio, ya que de acuerdo con una encuesta realizada hace algunos años por el Departamento de Sociología de la Universidad Católica, se determinó que el 52,2% de los estudiantes de enseñanza media “con un rendimiento medio no tiene hábitos de lectura”, en tanto que aquellos estudiantes “mejor evaluados” había leído –al menos– un libro en el año por su propio interés y voluntad.
Esta grave falencia –que se arrastra desde la etapa escolar– trae consigo graves consecuencias en las aulas universitarias, por cuanto, los investigadores –Claudia Gilardoni, de la Universidad Finis Terrae, Luis Alfredo Espinoza, de la Universidad Central y Mailing Rivera, de la Universidad de Antofagasta– pudieron advertir que los jóvenes universitarios: (a) desconocían el léxico utilizado en las disciplinas que se les estaba enseñando, (b) no comprendían lo que leían, (c) eran incapaces de relacionar entre sí dos ideas no conectadas explícitamente en un texto y (d) no estaban en condiciones de comparar conceptos expresados en distintos textos. En síntesis: no sólo mostraban bajas habilidades de comprensión lectora, sino que además eran incapaces de comprender que no todos los textos se leen de igual manera, ya que hay textos de distinto tipo y formato.
Algunas cifras pueden aclarar esta realidad: (a) el estudio se realizó con un universo de 30.000 estudiantes de universidades privadas y tradicionales del país, (b) el 34,5% de los estudiantes del Consejo de Rectores, es decir, de las universidades tradicionales, no tenía el hábito de la lectura, en tanto que la cifra aumentaba a un 41,8% en el caso de las entidades privadas, (c) alrededor del 50% de los estudiantes no entendía un texto cuando lo leía, es decir, el estudiante era incapaz de extraer las ideas centrales del documento, en tanto que (d) el 30% de los estudiantes no era capaz de asociar textos de más de una disciplina. En relación con esta situación, no resulta una sorpresa para nadie, que en un artículo de mediana dificultad de lectura, los estudiantes muestren un déficit de conocimientos del léxico utilizado de más de diez palabras por cada página de lectura.
Este cúmulo de falencias y déficits estudiantiles desde la etapa escolar influye directamente en el rendimiento académico a nivel universitario, ya que a diferencia del colegio, donde es habitual “utilizar un pensamiento lineal, simple y de carácter memorístico”, en la universidad se precisa un razonamiento de carácter más profundo, con capacidad de análisis, de síntesis, de reflexión y de opinión, ya que esta es la forma de pensar que propicia la lectura.
A la pobreza de vocabulario se suma la falta de experticia en el uso de las bibliotecas, ya que muy pocos de los estudiantes están familiarizados con el sistema de búsqueda a través de catálogos, todo lo cual, se convierte en una suerte de círculo vicioso difícil de quebrar entre el mal rendimiento y la falta de lectura, que luego se repite, una vez más, en la universidad.
La razón que explica esta dificultad –y el consiguiente fracaso universitario– se debe, a que en relación con la actual fórmula de “formación universitaria por competencias”, a los estudiantes se les entregan menos contenidos con el objetivo que “aprendan a aprender” y que sean ellos, quienes busquen e investiguen acerca de los temas, contenidos y materias de las disciplinas que estudian.
Lo normal de las carreras universitarias, es aprender un alto porcentaje de las materias disciplinarias por intermedio de la lectura, en función de lo cual, resulta ser una verdad muy evidente –y además incómoda– que la Educación Superior no va a mejorar, mientras no mejore la capacidad de comprensión lectora de la gente.
Peor aún: un Estudio de Comportamiento Lector realizado por el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile por encargo del Consejo Nacional de Cultura, arrojó un resultado que es entre desastroso y vergonzoso: “El 84% de los chilenos no comprende adecuadamente lo que lee” (https://www.uchile.cl/noticias/77696/cmd-el-84-de-los-chilenos-no-comprende-adecuadamente-lo-que-lee).
Ahora bien, si los alumnos quieren mejorar su capacidad de comprensión lectora, entonces, lo ideal es que presten atención a las siguientes recomendaciones:
- Es preciso que el estudiante aprenda a leer distintos formatos de textos, donde hay que diferenciar entre un texto narrativo, un ensayo y un texto científico, entre otros.
- Hay que leer mucho y de cualquier tema que le interese al estudiante: cómics, diarios, revistas, artículos, libros, etc., ya que todos ellos colaboran en el incremento del vocabulario y en el desarrollo de la destreza lectora de la persona. Además, por cierto, de leer textos y documentos vinculados a su propia especialidad.
- Es necesario crear un cuerpo de conocimientos amplio y diverso, así como también un conocimiento del vocabulario de tipo técnico que será utilizado a medida que avance en sus estudios.
- Hay que organizar los tiempos de estudio y dedicación a la lectura, sin que ello signifique perder la posibilidad de entretención y descanso necesario. Esto implica considerar –a lo menos– una hora de estudio semanal por cada hora de clases de una asignatura.
- Buscar la manera de vincular y relacionar lo que se está estudiando con la realidad y el trabajo futuro a realizar.
- Utilizar estrategias de aprendizaje de nivel superior, tales como los “mapas conceptuales”, mapas que consisten en una sinopsis gráfica sobre un tema en concreto, el cual permite observar y analizar fácilmente todas las partes y ramificaciones de un determinado tema, así como las relaciones que tienen entre sí. Los expertos recomiendan no centrarse únicamente en el uso de estrategias básicas como repetición y resúmenes, sino que utilizar otras fórmulas tales como la contextualización, significación y funcionalidad de los conceptos que se van aprendiendo.
- Saber utilizar bien la libertad que entregan las universidades a los estudiantes, poniendo en práctica el autocontrol y la autodisciplina: los alumnos provienen de sistemas muy controlados en el colegio, a partir de lo cual, les resulta difícil adaptarse a la nueva realidad universitaria.