Estalla la Guerra del Pacífico y el territorio de Tarapacá es ocupado militarmente y luego incorporado a Chile. Las nuevas autoridades exilian a la Virgen de Copacabana y entronizan a la Virgen del Carmen. Seguidamente, trasladan la celebración de agosto a julio.
BRAULIO OLAVARRIA*
La Tirana del Tamarugal no es una leyenda, sino un relato libre que elaboró el imaginativo historiador peruano (nacido en Arica, en 1856) Rómulo Cuneo Vidal. Para ello se sirvió tanto de algunos episodios de la expedición de Diego a Almagro a Chile, como de la historia del mineral de plata de Huantajaya. El resultado (se non é vero é bene trovato) es una tierna historia de amor estilo Romeo y Julieta y un pretendido caso de martirologio cristiano que habrían envidiado los primeros cronistas de la conquista española como fundamento para sus escritos evangelizantes, precursores del sincretismo católico-andino.
Según la pluma de Cuneo Vidal, la fiera ñusta de nobleza incaica que era el verdugo de los cristianos que se aventuraban por sus dominios (los bosques del Tamarugal) no ordenó la ejecución de un prisionero portugués, porque se enamoró de él. Y no tan sólo eso, sino que se dejó bautizar, renegando del dios Inti; lo cual, ciertamente, era demasiado; de manera que sus celosos guerreros condenaron a ambos herejes a la pena capital. Los acribillaron con flechas.
Ella, moribunda, les pide como postrer favor que la entierren junto a su amado y que sobre la tumba común coloquen el símbolo de su nueva fe: una cruz. Esta cruz fue encontrada al regreso de la expedición de Almagro por el sacerdote mercedario fray Antonio Sarmiento Rendón, quien recabó antecedentes y se persuadió que dicha sepultura contenía los restos de dos mártires. Construyó una ermita que se convirtió andando el tiempo en punto de peregrinación y en el afamado santuario de La Tirana.
Bajemos el telón de la ficción y recurramos a la historia.
Tras su fracasada excursión a Chile, Almagro emprende presuroso el regreso al Perú, donde ha estallado la insurrección antihispana. A lo largo de su recorrido se encuentra con la resistencia indígena y en el umbral de Tarapacá pierde dos hombres a consecuencia de algunas escaramuzas. Al llegar a Pica se entera que el barco “San Pedro”, que cumplía la misión de apoyo marítimo a su campaña, se encuentra inmovilizado en Arica y que los indios se afanan en incendiarlo. El escuadrón de caballería que envía a nuestro puerto (Arica) encuentra todo en calma, ya que los sitiadores se enteraron de su venida y se retiraron oportunamente. Pocos días después llega Almagro y permanece alrededor de cuatro jornadas en estos pagos, donde puede haberse celebrado una misa, pero no el 25 de abril de 1535, sino en los primeros días de enero de 1537. Y el oficiante fue –no fray Sarmiento Rendón- sino uno de los seis sacerdotes (todos identificados) que formaban parte de la expedición.
Como se aprecia, resulta ilógico pensar en españoles (no había ningún portugués) rezagados que intentaran avecindarse en estas tierras. Así mismo, cabe aclarar que el mercedario Antonio Sarmiento Rendón llegó a América recién en 1546 y vino desde Perú a Chile tres años después, integrando la expedición de Francisco de Villagra. Se devolvió al Perú en 1575; y en barco.
¿Cómo se originan el pueblo y la festividad de La Tirana?
Se supone que La Tirana tiene que haber surgido hacia el último tercio del siglo 18, como consecuencia del establecimiento en la Pampa del Tamarugal de faenas de procesamiento de los minerales de Huantajaya y otros yacimientos aledaños. En efecto, el sector proveía generosamente agua subterránea que era extraída artesanalmente (por tal razón se denominaba a esos lugares Puquios o Pozos) y la leña de sus bosques (tamarugo y algarrobo). El mineral de plata era molido mediante máquinas (ingenios), tratado con azogue y agua en canchas cuadriculadas (buitrones) y sometido al fuego en hornos de barro. El conjunto de esas instalaciones recibía el nombre de oficina, antecesor directo de las factorías salitreras
El poblamiento específico de La Tirana se inicia, de manera bastante premonitoria, en torno al llamado Pozo del Carmen. La capilla del lugar, por lo menos en 1780, reviste el rango de vice parroquia dependiente del curato de Pica. Uno de sus pastores fue el después arcediano de Arequipa Francisco Javier Echeverría y Morales, nacido en el oasis y padre de la historiografía tarapaqueña.
Así, en la Colonia tardía, La Tirana fue la capital de esa serie de asentamientos satélites llamados oficinas y en las que interactuaban españoles, junto a negros e indios operarios, arrieros encargados de transportar agua, leña, mineral y plata en metal, junto a leñadores, aguateros, elaboradores de carbón de espino y comerciantes de diversa laya.
Buena parte de los operarios de esos buitrones u oficinas eran inmigrantes del Alto Perú (posteriormente Bolivia) y al radicarse en la Pampa del Tamarugal introdujeron no sólo sus bailes religiosos, sino que fundamentalmente su culto mariano, dando forma a la fiesta de la Virgen de Copacabana de La Tirana, celebración que tenía lugar en agosto y que en los tiempos republicanos coincidió con el aniversario patrio de Bolivia.
Ligado estrechamente a la actividad minera de la serranía marítima de Iquique (Huantajaya, Santa Rosa y El Carmen), el desarrollo de La Tirana decayó hacia fines del siglo 18 y principios del siglo 19. Pero viene más adelante un interesante periodo de reconversión industrial: los capitales y la tecnología de procesamiento de la plata posibilitan el surgimiento de las primeras oficinas salitreras o paradas. Con este nombre se designaba a los fondos de fierro (sucesores de las vasijas de barro para procesar la plata) en que se cocía el caliche. Los dueños de minas y buitrones se convierten en empresarios salitreros, a la vez que los propietarios de los recursos de agua, leña y carbón son importantes proveedores de la naciente industria. Por supuesto que el elemento andino local y el proveniente del otro lado de la cordillera asumen la condición de obrero.
En un determinado momento histórico (republicano), los trabajadores pampinos se vuelcan a la festividad tiraneña y la hacen suya. Los opulentos dueños de las nuevas oficinas reconstruyen sus viviendas o levantan fastuosas residencias en La Tirana. Pero tienen, además, la iniciativa de edificar (después de 1870) un templo de tales características como ni siquiera existía en Iquique.
De la ascendencia boliviana (y probablemente altoperuana) de esos antiguos bailes religiosos pampinos dan cuenta tradicionales cánticos como: “Campos naturales, déjanos pasar; porque los morenos vienen a adorar (…) Venimos, señora, por las serranías, etc.”.
En efecto, estas estrofas no son sino un reciclaje o adaptación a La Tirana de cantos más antiguos como el de los morenos coloniales: “Gente natural, déjennos pasar, porque los negritos vienen a adorar (…). Venimos, señora, desde la Guinea, etc.”.
Guerra del Pacífico
Pero estalla la Guerra del Pacífico. El territorio de Tarapacá es ocupado militarmente, primero; y luego incorporado territorialmente en virtud de un tratado y se produce el traumático fenómeno político-cultural de la chilenización. Las nuevas autoridades exilian a la Virgen de Copacabana y entronizan a la Virgen del Carmen. Seguidamente, trasladan la celebración de agosto a julio. Y hacia 1911 instalan al Baile Chino (el primero conformado seis años antes por chilenos en Iquique) como escolta oficial de la Virgen del Carmen, además de otorgarle con carácter vitalicio el Nº1 en orden de prelación con respecto a todos las demás compañías. En este profundo cambio tuvieron directa incidencia los capellanes militares, que relevaron en sus funciones pastorales a los porfiados, pero finalmente desplazados (expulsados), sacerdotes peruanos.
Sin embargo, en los albores del siglo 20 -y en plena chilenización- los protagonistas de los bailes religiosos siguen siendo los pampinos de nacionalidad boliviana. Así lo atestigua la nomenclatura de sus grupos coreográficos: callawayas, morenos, cambas, tobas, cullawas, llameros, chunchos, entre otros.
Una fotografía tomada en 1905 nos muestra a un grupo boliviano del Cantón Negreiros compuesto por morenos originales, ángeles, reyes magos e incluso un diablo figurín que ya viste el traje de soldado romano que popularizarán décadas más tarde las diabladas.
Hasta 1920, por lo menos, La Tirana era una fiesta netamente pampina, por la procedencia de sus devotos y bailarines. A esa altura, el Obispado de Iquique ya está interviniendo y tratando de controlar las costumbres andinas. Entretanto, de meros espectadores que eran, los iquiqueños se van involucrando progresivamente y hay un hito sustantivo cuando -con posterioridad a las crisis salitreras que comienzan en la década del 30- miles de pampinos se radican en el puerto y refundan allí sus compañías danzantes. Merced a la crisis terminal de las oficinas en los 50 (con excepción del enclave Victoria-Alianza), se produce una curiosa diáspora, porque oleadas de pampinos se desparraman por todos el Norte Grande, llevando y reinstalando sus bailes, para retornar cada mes de julio a La Tirana.
La “chilenización” coreográfica parte con la incorporación de nacionales en algunas de las compañías tradicionales remanentes (chunchos, llameros, cullacas), pero mucho más con la creación de conjuntos como pieles rojas (y sus derivados apaches, dakotas, sioux), osos, gitanos, gauchos, por ejemplo, aunque conservando el patrón musical pentafónico (1-2/1-2-3). Un cambio notable es la introducción de la banda instrumental y las marchas militares, utilizadas por morenos de nuevo cuño, que conservan la matraca, pero adoptan un atuendo que remeda a los promesantes de Andacollo. Así mismo, escenifican un baile de salto, no de paso como el de sus antecesores de raíz andina.
Pero la historia vuelve a repetirse. A partir de 1961 comienza una suerte de reandinización de inspiración boliviana con la aparición de la primera diablada chilena en Iquique, propuesta que prolifera por todo el Norte Grande. Y el fenómeno se intensifica a contar de la década del 80 con la irrupción de las bandas de bronce andinas y danzas de espectacular factura, como caporales, tobas y tinkus.
*Braulio Olavarria, publicó esta columna en El Morrocotudo (Arica) en el año 2011. Foto portada cofradía boliviana en 1905 del archivo de Cristina Guzmán.