@plumaiquiqueña
La frase “se va a salir el mar” la vengo escuchando desde niña en la sobremesa, en el despacho de Don Mateo, en Bazar Obrero, en el Café Diana, en la Plaza Condell, hasta en el estadio Municipal, no faltaba el hincha preocupado por la marejada furiosa de Cavancha.
El verano del 2020, lluvias estivales sorprendían una mañana con aluviones y calles llorando ríos de desesperación. Exijo una explicación señalaba el personaje popular de Condorito. Hoy tiempo presente, mientras todos duermen y el silencio se apodera de la noche más larga, estoy posicionada en el mismo lugar, observando el umbral de la ventana y escuchando el graznido incesante de gaviotas. Las lluvias ya no cubren techumbres y suelos, sino una crecida de marea que arrasó con carpas, colchonetas, frazadas y cocinas de cientos de veraneantes. El pasado 15 de enero olas de tsunami causadas por una gigantesca erupción volcánica golpearon este sábado la isla de Tonga, en el océano Pacífico, y pusieron en alerta a Chile, Japón y Estados Unidos. Ya en 1946, producto del terremoto submarino localizado en el archipiélago de las Aleutianas (EEUU), se habían generado variaciones del nivel del mar en las costas chilenas.
A este reciente movimiento violento de la naturaleza, las primeras advertencias afectaron a Isla de Pascua y el retiro de personas en playas de Rapa Nui, luego la Onemi declara alerta preventiva de tsunami para todas las costas de Chile. Como una canción aprendida, los ciudadanos vuelven a vivir el frenesí de Cambalache y que el mundo fue y será una porquería, acompañado del estruendo concierto de una alarma que se propaga sin cesar por el puerto. Sabíamos perfectamente el comportamiento a seguir, tal cual nos enseñaron nuestros abuelos en tiempos atávicos. Si se sale el mar, hay que correr a los cerros, a la segunda línea del tren. El gran terremoto y maremoto de 1868 fue quizás el gran precedente a este manual de evacuación, por algo fue considerado el annus horribilis. (año horrible)
El año 2005 fue una muestra clara que la tierra santa tiene que pagar una manda, un movimiento sísmico de 7.8 grados remeció una tarde de otoño a la región de Tarapacá. Recuerdo las 18:44 horas estar compartiendo un tecito con cedrón con mi abuela, en fracción de segundos, la lámpara azota el pastel de chocolate y mis ocho meses de embarazo a punto de desencadenar en un parto adelantado. Los vecinos salieron despavoridos, activándose el manual aprendido. Por mi condición, no llegué al cerro dragón, pero si le clamé al patrono y la patroncita, que salvaran a mi guagüita. Así fue, la tormenta se disipó y tuvieron que pasar nueve años para que el 1 de abril del 2014, la naturaleza sorprendiera con otro terremoto y tsunami de 8.2. Se repite la tradicional procesión, correr a los cerros, donde el maleante no te robe los sueños, el olor a mar trascendía calles y murallas, estaba en el aire navegar en la punta de la proa en medio de la desolada ciudad en llamas. La oscuridad se hizo un oficio y el fuego descifrando el apocalipsis del nuevo testamento, ese que estaba abierto en la entrada de mi casa y que mi abuelo me leía para mantenerme alerta y en cautela. Nuevamente las alarmas se activaron como serpientes subterráneas anunciando que no estábamos solos. Se despoblaron las playas, era menester alejar a las personas de las marejadas, libres en los cerros del cruento destino del infierno.
El 15 de enero, un ruido de olas y gaviotas crecía como la alarma en edificios y celulares. La naturaleza dio una clara señal que no somos dueños de nada, solo de un aleteo prematuro, el soplo de un respiro y el tic tac del corazón que aprende y aprehende que la vida se desvanece con la espuma de una copa rota.
La tierra está ordenando la casa, liberando energías y acogiendo otras para la nueva vida. Nosotros somos parte de la creación, al igual que los animales y la vegetación. Cuidemos entonces el planeta en relaciones saludables con nuestros hermanos, valorando el terruño en el que habitamos. La Pacha quizás nos está entregando ese mensaje, adoremos su paciencia y la nueva oportunidad de volver a crecer en esta tierra iquiqueña.