NELSON MONDACA I.
Escribir en estos momentos, me resulta más complicado de lo normal. No tanto por los problemas de capacidad intelectual, limitaciones propias de alguien que no es escritor, sino más bien por los problemas que se suman a un fin de año. Los cuales, se incrementan por las debidas atenciones que se le deben prestar a las mismas fiestas y que se entrelazan con las responsabilidades sociales que cada uno tiene en las espaldas.
Pero vamos por parte. En cuanto a la Navidad, el consumismo, nos ganó una batalla. El espíritu cristiano, de la paz y del amor, son dejados a segundo plano. Todo se expresa en el modo de comportamiento individual y colectivo de la gente, hay que solamente ver lo que ha pasado en los supermercados, ferias y cadenas comerciales del retail.
Ni la pandemia de la Covid-19 con su “segunda ola”, ni el avance del las ventas por internet, pudieron cambiar por breves momentos la historia. Estos parámetros fueron directamente desplazados y reaparece ganando terreno la venta presencial. Nada impidió el desplazamiento de las personas hacia estos centros comerciales. De todas formas, raya para la suma, como dice un viejo refrán, el comercio presencial “hizo su agosto”.
Para la mayoría de nosotros, el mes de diciembre, no constituye novedad alguna, es el mejor mes para las ventas del comercio formal e informal. Especialmente, cuando viene afectado desde fines del año pasado. Pero, esto es otro tema. Lo importante, a mi juicio, es destacar que la conducta de los adultos, padres y madres, tiene su acervo en fuertes tradiciones culturales que se trasmiten de generación en generación. Si pudiera sentenciar en una frase como doctrina lo que ocurre cada 25 de diciembre, sería la siguiente: “Sí no hay regalo físico, no existe Navidad”. Esta regla ligada al consumismo, es equivocada, incorrecta y errática.
Profundizando el pensamiento. Donde existe mayor pobreza, el espíritu de navideño surge como grandes manantiales. La vida bajo condiciones de extrema necesidad humana, coloca en primer orden de cosas, la acción de salir adelante. En medio de estas dificultades, la sobrevivencia hace que las personas den valor a la fe, la esperanza y al amor. Muchas personas en general han perdido casi toda la vida, en busca de un porvenir más digno, manteniendo siempre estas virtudes en alto.
Aquí de verdad cobran mayor validez ciertas doctrinas cristianas “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. Más claro echarle agua. Entonces, se puede sostener que el “amor” es la piedra angular de la vida y de los trescientos sesenta y cinco días del año. Otro cuento muy aparte, es el quehacer del “viejito pascuero”, el gran personaje que trae las buenas nuevas del nacimiento del niño Jesús y en su trineo nos entrega “regalitos”. Sin despreciar el trabajo que realiza, también, forma parte importante de la economía de mercado, que impera en nuestra sociedad.
Por otra parte quienes están en el quintil de mayores ingresos de acuerdo al privilegiado estrato social, amasan fortunas de miles de millones de dólares, nos muestran el otro mundo de nuestro planeta. Viven a plenitud la felicidad del “amor” por la familia. Las fronteras del bienestar sobrepasan los cielos de nuestra cordillera. Las puertas de la vida están abiertas de par en par. Sus vivencias van por otros senderos muy diferentes al de la pobreza, radiantes de luz, alcanzan el máximo de sus capacidades y la plenitud de las facultades humanas.
Bien, estas son nuestras realidades. La Navidad, con o sin carro alegórico, con o sin pandemias, hay niños que un simple juguete y unas pastillas, son felices. Mientras, que otros mueren de hambre y en el mundo son miles que pasan por las condiciones entre la vida y la muerte. Al respecto la pobreza no reconoce límites fronterizos; ni políticos y religiosos, ni de razas y de género. Este drama y flagelo, es universal y traspasa la lógica del conocimiento de la misma esencia humana. Sin ir más lejos, es cosa de ver lo que pasa en nuestros “campamentos y tomas” de terrenos.
En la Navidad, debemos mostrar lo mejor del ser humano. Es lo que siento y pienso. Destaco a las personas que tienen un profundo sentido solidario. Está en sus ADN, aunque tienen sus propios desafíos, desarrollan en forma práctica obras a favor de la sociedad. Son personas que se distinguen en este mundo, no por sus nombres y profesiones, sino por el sentido altruista y humano, son verdaderos embajadores que luchan contra la desigualdad desde sus ámbitos laborales y/o esferas de negocios. Ojalá que ejemplos como el de ellos, se puedan multiplicar, porque, de verdad tendríamos un 25 de diciembre más satisfactorio, con más paz, justicia y amor. Es decir, realmente una mejor Navidad.