RODRIGO OLIVA
Las elecciones presidenciales y parlamentarias, comienzan a definir el escenario, donde las propuestas de los conglomerados toman forma.
El Frente Amplio, ha demostrado su capacidad de convocar a la sociedad tarapaqueña y que con ello, existe la posibilidad de alcanzar un escaño en el parlamento y posiciones importantes en el Consejo Regional.
Ante el descrédito de la política, y las constantes muestras de subordinación frente al gran empresariado por parte de la Nueva Mayoría y la Derecha, hoy la sociedad tarapaqueña tiene la posibilidad de terminar con la orfandad política, abriendo un camino distinto a la política tradicional.
Dentro de este contexto, un rol clave es el que juega el “sorismo”, como gran y heterogénea fuerza social, que siempre ha reclamado por un desarrollo descentralizado.
Han sido capaces de anidar una transversalidad única de actores en su despliegue, como una de las fuerzas ineludibles en la historia regional. Sin embargo, están anclados a inexplicables acuerdos políticos que socavan su capacidad de reproducirse.
Las nuevas generaciones de iquiqueños e iquiqueñas soristas, observan con preocupación y hasta desazón el posible ocaso de una de las fuerzas dirigentes de la historia regional. Y asimismo, a la Concertación, en este caso el PPD, como el pulgón que amenaza la salud de su proyecto.
Cuando concreta alianzas con una fuerza centralizada y centralizante, como lo ha sido siempre la Concertación, el “sorismo” hipoteca su historia y construye condiciones para su propio desarme y subordinación al centralismo.
No hay condiciones en la Concertación para el tan anhelado desarrollo descentralizado, y siempre han mirado con desdén los esfuerzos de las comunas y comunidades por decidir respecto a sus intereses, la historia regional así lo expresa.
La tarea de hacer realidad una propuesta profundamente regionalista, nace por conocer bien dónde se anclan los principales eslabones del centralismo, que tanto daño le ha hecho a la región.
Y es que, los efectos del centralismo se expresan de manera disímil entre los habitantes de a pie en Tarapacá y quienes ostentan el control político y económico de la región.
Mientras los primeros estamos obligados a atendernos en un precarizado sistema público de salud, los segundos viajan a resolver sus problemas a Santiago o al extranjero; mientras los primeros debemos endeudarnos radicalmente para estudiar, los hijos de los segundos viajan a connotadas universidades extranjeras sin preocuparse de cómo financiar su educación; mientras los primeros apenas podemos pagar arriendos, los segundos se hacen de todas las casas de la región para crear una burbuja inmobiliaria que construye más periferia y pobreza.
La verdad está puesta sobre la mesa: la distancia Iquique-Santiago no es un problema y se acorta para quien tiene dinero. Por lo tanto, la naturaleza de los cambios que aboguen por la descentralización del poder, tienen que comprender que éste no solo se debe trasladar de región, sino que también de clase. Es decir, que el carácter social de la política se vea transformado, que los trabajadores y comunidades podamos decidir.
Estas elecciones, presentan una oportunidad para quienes creemos que es urgente descentralizar el país, puesto que existe la posibilidad de constituir un contrapeso al centralismo que promueve el duopolio.
Por más que se levanten discursos descentralizadores y gente de la región como candidatos, en la práctica su posición es sumamente conservadora y se limita a la elección de gobernadores sin facultades relevantes, mientras que las decisiones más importantes de la región siguen siendo tomadas por los consorcios transnacionales y la burocracia de los partidos tradicionales, solo que en su franquicia regional.
Ante eso, los regionalistas tenemos que tener claridades. Hoy necesitamos la emergencia de una fuerza propia de los trabajadores que atienda dos dimensiones en su quehacer; por un lado, no evadir su rol en la construcción de un país de derechos para sus ciudadanos, y que comprenda la necesidad de mirar el porvenir de Tarapacá con ansias de futuro y bienestar para sus trabajadores.
Una descentralización verdaderamente democrática consiste en la socialización del poder y eso solo es posible mediante la superación de la política binominal, la emergencia de fuerzas sociales anidadas en el tejido social de la región con autonomía a los representantes políticos tradicionales, y con derrota del duopolio político en el plano social y electoral.
Es por ello, que desde nuestra candidatura creemos que es necesario “Un Nuevo Norte Para Chile”; por un lado, una nueva dirección al desarrollo del país, que supere la lógica subsidiaria y consolide derechos sociales, y un nuevo norte, puesto que si queremos construir aquello, una nueva región también debe ser posible, urgente y necesaria.