Una de dos: o le quedan por delante años de vida, como afirman algunos, o está dando los últimos coletazos de una larga agonía, como dicen otros.
Para Starbucks, que tiene 21.000 tiendas en todo el mundo, da la impresión de que es más bien lo segundo: la empresa que entró en el mundo del CD con la intención de «revolucionar la venta de música», ahora deja atrás un formato por el que, sin embargo, no son pocos los que siguen apostando.
Porque sigue siendo negocio. Tal vez no para Starbucks, con su selección de uno o dos títulos cerca de la caja, pero sí para muchos otros.
O de lo contrario, no habría artistas lanzando su trabajo musical en CD o tiendas en las que casi no se vende otra cosa o las pilas de discos compactos no ocuparían cierto espacio en los grandes almacenes.
Muchos dirán que, como los fanáticos de los libros, la frialdad del mero archivo informático, en la nube o en el disco duro, no pueden competir con la cosificación del CD, con poder tocar, leer las letras, mirar las fotos, olerlo, sentirlo.
Pero a tenor de los números, parece que el álbum de música en CD no goza de un gran estado de salud. No son pocos los que no le auguran nada bueno en el futuro.
Como por ejemplo, el jefe de Música de la cadena radial BBC 1, George Ergatouidis, quien generó un enorme revuelo hace unos meses cuando lanzó un polémico trino en su cuenta de Twitter.
«No se equivoquen. Con muy pocas excepciones, los álbumes están al borde de la extinción. Las listas de reproducción son el futuro».
CD para rato
Ya en 1999, escribiendo en The New York Times sobre la «revolución del mp3», Neil Strauss vaticinó el pronto perecimiento de la idea del álbum.
Es decir, para Strauss, con la irrupción de internet quedaba obsoleto el concepto de un trabajo por el que un artista ofrece un conjunto más o menos coherente de canciones.
