NELSON MONDACA I
Increíble pero cierto, la noticia que se puso en las principales portadas de los medios de prensa, los noticieros de radio y televisión, en fin, los diversos medios digitales sacaban a luz pública la confesión del Constituyente Rodrigo Rojas Vade. Recuerdo que el domingo pasado, recibí varios llamados al celular por personas serias y de gran compromiso humano para referirse a este hecho.
Los defensores de la burguesía aristocrática, se dieron un festín a todo dar. Otros más cautos solamente trataron el problema a fondo del errático actuar del Constituyente y de pasadita denostaron el trabajo de la presidencia de la Convención. Es decir, les sirvió de material ideológico. Los comentarios fueron feroces. Pedían la cabeza del Constituyente por faltar a la verdad y poco menos que le impusieran la pena de muerte. Ojalá decapitarlo tal como si estuviéramos en la edad media. ¿Tanto nos afectó el confinamiento del Covid-19?
También, hubo intelectuales que son “personajes” de los programas televisivos, quienes tomaron más distancias de las críticas políticas y analizaron la conducta de Rojas Vale, desde una postura más “independiente”, tomando como base los valores cívicos. Normas que debieran ser siempre ejemplares para los Constituyentes. Una exigencia moral: someterse a la verdad y no mentir. No se puede vulnerar por conveniencias personales.
Desde mi punto de vista, hay por lo menos un par de cosas a tener presente. La primera. Cuán gravoso fue ocultar su verdadera enfermedad y suplantarla por otra que se deriva de su homosexualidad. ¿Hay perjuicios económicos para el Estado? La segunda cuestión a considerar. ¿Cometió perjurio, quebrantando la fe jurada? Me parece, que le corresponde solamente a un Tribunal determinar si hay o no un delito.
Para mí, eso es todo. Ya que estamos en esta materia de verdades, mentiras y perjurios. Cristo enseñó muy sabiamente, “el que esté libre de pecados, que lance la primera piedra”. Es parte de nuestra cultura expresar diferentes clases de mentiras. Las hay para todos los gustos y de todos los tamaños en toda nuestra existencia humana y nuestra sociedad, la chilena, no es ajena a estos fenómenos. Para que estamos con cosas, muchas de nuestras conductas de hombres y mujeres, se condicionan por las directrices de estos patrones del actuar personal y social.
Hasta aquí no estamos describiendo nada nuevo, ni descubriendo lo hermoso de un atardecer primaveral. La manera de comportarse de una persona ante una situación determinada y ante diferentes circunstancias, posee una serie de encadenamientos de maneras de comportamiento objetivo y subjetivo, que va desde el amor y atraviesa hasta el campo opuesto del odio.
Una “mentirilla” nos puede llevar a cambiar de opinión y un perjurio a la traición. Los misterios del amor, las conspiraciones más increíbles, las prosas de la poesía más inspirada y de muchas páginas de literatura universal, tienen su peldaño en la imaginación y en la mentira. Mi querido abuelo Julio (Q.E.PD.), pampino de María Elena, siempre me decía que para él “la ficción era un sueño y la realidad una eterna mentira”. Una enseñanza que siempre dejó sus huellas en mí sufrida y milagrosa vida.
Hablar del Constituyente que se auto denunció “que nunca tuvo cáncer” y que en “verdad padecía de otra enfermedad” me parece una acción tardía. Pero no quita su nobleza y el valor que se debió asumir desde un comienzo. Nada será más importante, que una persona reconozca sus errores y/o engaños, sea por las razones que sean; se trata de enmendar y de corregir; no de aprovecharse económicamente del cargo y tampoco de cometer una afrenta contra su dignidad.
No hay, según mi manera de ver, vergüenza y deshonor reconocer que se contrajo una enfermedad por la condición de ser homosexual. La vida no se moldea por la acción física de un coito. Lejos, pero muy lejos, palpita la belleza de los sentimientos más genuinos del amor. Esta conjunción y unión de sentimientos y placer, más allá del género, cuando son del alma, reúnen el candor de la vida en su máxima expresión humana. Aquí no hay hipocresía ni menos maldad. Tal vez, ingenuidad y el goteo de una lluvia celestial.
Para concluir, el Constituyente Rojas Vade, quien se auto denunció, hizo lo correcto. No es un demonio, tampoco un ángel. Cada cual tiene el justo derecho de tener su opinión. Por mi parte, me quedo con lo mejor de este episodio. Por mi forma de pensar, doy por superado este hecho. Jamás haré fuego con el árbol caído. Menos aún, cuando la política tiene “techado de vidrio de chincol a jote”.
Para terminar, una última reflexión. Este 11 de Septiembre, tiene dos vertientes muy distintas en las efemérides del diario mundial. El golpe de Estado de Chile, 1973 y el atentado terrorista a las Torres Gemelas en EE.UU., el 2001. Son historias diferentes, sangrientas y que marcaron nuestras memorias para siempre. Son momentos cronológicos distantes donde la historia se estremece y que cambiaron nuestras vidas.
Hacer un alto para recodar estos trágicos acontecimientos, se hace imprescindible e inevitable, entender mejor los complejos y difíciles que vivimos hoy. No caer en los mismos errores. La pobreza, las injusticias y la lucha del poder económico, junto a la intolerancia, los extremos políticos, los odios de toda naturaleza, caos y violencia, son los factores entre otros, que cultivan la ruta de los desastres sociales. Para las generaciones que fuimos protagonistas en Chile, de aquella época es muy doloroso y agudiza nuestros sentimientos por la pedidas de nuestros avances sociales, las libertades y las vidas de miles de nuestros compatriotas; masivas y sistemáticas violaciones a los derechos humanos, por el solo hecho de ser militantes de la coalición del Presidente mártir, Salvador Allende G. Saquemos nuestras lecciones. Bien, cada chileno y chilena, en particular tiene el derecho a tener su juicio sobre estos acontecimientos del golpe de Estado.