septiembre 16, 2024
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Jul

ARCHIVOS 10 AÑOS: El cementerio perdido de Iquique: las poblaciones que crecieron entre campos de muertos

Quizás no todos los viajeros noten la extraña situación respecto de los cementerios municipales numerados de Iquique: se pasa del N° 1 ubicado en el sector de calles 21 de Mayo y Sotomayor, existente más o menos desde 1850, al N° 3 de Pedro Prado con O’Higgins y que fue fundado en 1908. En efecto, el Cementerio N° 2 parece un paradigma aludido por omisión: una necrópolis perdida en algún lugar de la ciudad y de sus incontables misterios.

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URBATORIVM
La explicación a esta desaparición total de un cementerio completo es tan pintoresca como extraña, y -por qué no decirlo- también algo macabra: todo el ex N° 2 y lo que por entonces eran sus amplios sectores eriazos del entorno, son ocupados ahora por populosos barrios como la Población Jorge Inostroza y muy especialmente el sector de la Villa Progreso, situado precisamente encima de donde estuvo el camposanto. Estas poblaciones, además, tal vez sean una de las primeras experiencias de tomas «modernas» de terrenos con iniciativas de autoconstrucción y organización social concreta.
La consecuencia de este audaz experimento, sin embargo, es que hasta el día de hoy siguen surgiendo en aquellos terrenos los antiguos restos cadavéricos que lo ocuparon por primera vez, especialmente durante excavaciones para trabajos de alcantarillado, además de salir afuera innumerables historias sobre almas descarnadas y pequeños espíritus errando por las casas y calles donde fue interrumpido su sueño eterno.
HISTORIA DE UN CEMENTERIO PERDIDO
El Cementerio N° 2 de Iquique nació hacia la década del 1890 relativamente cerca del antiguo Hospital. Si estoy en lo correcto, había entonces un amplio terreno ocupado por el mismo cementerio y llanos por el sector donde ahora están calles como Las Cabras, El Colorado y La Montaña, hacia el Norte de Avenida Sotomayor, aproximadamente, aunque las versiones cambian según las fuentes. Además, el camposanto tuvo algunos períodos de crecimiento.
A la necrópolis se la dispuso allí como respuesta a las epidemias de viruela que diezmaron a gran parte de la población del puerto e hicieron insuficientes las capacidades del Cementerio Antiguo o N° 1. Por largo tiempo, entonces, al debutante e improvisado camposanto surgido de estas fosas comunes y sepulturas muy pobres, se le llamó por lo mismo Cementerio Nuevo o Nuevo Cementerio, apareciendo así en los planos de Iquique hasta la inauguración del N° 3, cuando pasaron a ser distinguidos definitivamente por sus números correlativos.
El problema de contar con lugar para sepulturas ha sido histórico en Iquique. Francisco Javier Ovalle dice en 1908, por ejemplo, que ya en aquel momento se consideraba la posibilidad de extender los terrenos del Cementerio N° 1 hasta los del N° 2, pues el espacio del primero estaba prácticamente saturado:
«En el Cementerio existen numerosos nichos a derecha e izquierda, pero parece que dentro de poco tiempo no habrá dónde construir más, si es que la beneficencia no traspasa los límites comprando otro terreno o extendiéndose sobre el cementerio N° 2, que es el osario común, donde por lo general se entierra a los variolosos y bubónicos».
La solución, sin embargo, fue fundar ese mismo año el Cementerio N° 3 más al Sur, aunque el servicio del Cementerio N° 2 siguió creciendo y aumentando todavía más. De acuerdo a lo que recuerdan algunos iquiqueños, llegó a ser el más grande y extenso de los tres cementerios, mientras que los mencionados terrenos que soportarían a las poblaciones, llegaban casi hasta la falda de los cerros costeros según algunos testimonios, por el sector de promontorios de La Cantera y casi aproximándose a la actual Avenida Circunvalación.

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UN CAMPOSANTO POPULAR
A diferencia del Cementerio Viejo y del N° 3, sin embargo, el ex Nuevo Cementerio se perfilaba como una necrópolis más popular y modesta, de carácter obrero a lo sumo, con sepulturas de poco esplendor y aspecto menos lucido, además de escasos mausoleos que, en la mayoría de los casos, eran de pobre factura y de fabricación con materiales más bien ligeros, más parecidos a los que pueden verse en rústicos y básicos cementerios de los pueblitos al interior de Tarapacá.
Una curiosidad más del Cementerio N° 2 es que aquí se encontraba la primera animita iquiqueña conocida como «La Patita» ya hacia fines del siglo XIX, correspondiente a algún macabro pie humano que salía de su cripta en forma de túmulo, siendo venerado por devotos pedidores de favores y de cuya actual versión en el Cementerio N° 3 ya publiqué algo en un anterior artículo de este mismo blog. Era tal la cantidad de velas que se le colocaban a la sepultura-altar que, a causa de la proximidad de unas tumbas con otras dentro del aglomerado camposanto, se declaró un incendio iniciado por los candeleros de la famosa animita hacia la proximidad de la Navidad de 1897, que casi amenaza con destruir todo el Cementerio N° 2.
Luego de la infausta Masacre de la Escuela Santa María de Iquique el 21 de diciembre de 1907, además, los cuerpos de los acribillados fueron a parar a una fosa en este cementerio, donde se construyó después el mausoleo de homenaje a los trabajadores víctimas de esta matanza. Más tarde, hacia 1940, estos restos comenzaron a ser cambiados de sitio y llevados a los patios del Servicio Médico Legal, siendo enterrados en un osario habilitado especialmente y sellado en forma sólida en 1962. El conjunto conmemorativo sería reinaugurado mucho después en el Cementerio N° 1, donde se encuentra ahora.
Cabe hacer notar que la situación de los cementerios aplastados por la urbanidad, como estaba por ocurrirle a éste, ya había sucedido antes en Iquique: sólo como ejemplo, se puede señalar que el mismo Ovalle habló de las construcciones poblacionales que se hicieron en calle Pedro Lagos cerca del sector El Morro, donde estuvo el primer camposanto de la ciudad, por lo que el terreno siguió arrojando restos humanos y cráneos sonrientes en varias excavaciones posteriores para reparar cañerías o aceras, según recordaba el autor. Lo mismo había ocurrido en el sector de Sotomayor entre Ramírez y Vivar hacia los patios donde estaba la estación del ferrocarril: hasta aproximadamente los albores de la Guerra del Pacífico, éste había sido otro cementerio (el Panteón Católico Peruano), «y por ello es que en cualquier excavación se desentierran esqueletos humanos». También existió un cementerio protestante en la Isla Serrano cerca del faro, que aparece señalado en el «Plano Topográfico de la Ciudad de Iquique» de Ramón Escudero, confeccionado en 1861. Algo similar sucedió en Antofagasta, donde el Cementerio N° 2 de esa ciudad fue absorbido por la Población Matta de la misma manera y por la misma época que sucedería lo propio en el de Iquique.

 

DESTRUCCIÓN DEL CEMENTERIO
Hacia mediados del siglo XX o un poco después, la ciudad se expandía amenazante hacia el sector Norte, creciendo incipientes barrios alrededor de los cementerios, especialmente por la presencia y desarrollo de la industria pesquera. Coincidía que había comenzado a producirse el fenómeno de toma de terrenos, cuya consecuencia principal era el surgimiento de barrios populares sin planificación y armados por sus propios ocupantes, como fue el caso de la Población San Carlos vecina al gran sector donde están ambos cementerios. Así, comenzaron a reunirse familias iquiqueñas muy pobres en el sector del Cementerio N° 2, primero enfrente y alrededor del mismo, y luego ingresando a su área interior, desapareciendo rápidamente los deslindes entre el viejo camposanto y la naciente población.
A pesar de las preocupaciones y resistencias de las autoridades, la improvisada villa siguió creciendo y, hacia 1963 ó 1964. Con esfuerzo consiguieron materiales para las viviendas, pero cuentan en Iquique que parte del propio cementerio comenzó a ser usado para obtener materiales necesarios en la construcción de las precarias primeras viviendas, desarmándose algunos nichos, cruces y mausoleos abandonados en esta actividad. Así, comprendiendo que era algo irreversible, la administración municipal decidió al tiempo demoler por completo el cementerio con maquinaria pesada durante la primera mitad de los años sesenta, retirando las tumbas y tantos cadáveres como le fue posible para reubicarlos en los Cementerios N° 1 y N° 3, con la intención de evitar exponer a la población a las enfermedades allí sepultadas con los cuerpos.
En aquella ocasión, sólo algunos pocos altares o mausoleos fueron perdonados durante aquellos desmantelamientos y demoliciones, como la mencionada animita de «La Patita», que siguió allí un tiempo más para devoción de sus fieles. De acuerdo a la maqueta de toda la ciudad que se conserva en la ex Estación Ferroviaria y que data de 1968, la población tenía alrededor de siete a diez cuadras en este estado inicial de su historia.
Los restos que no fueron reconocidos ni reclamados por familiares, acabaron incinerados en el mismo lugar en un peladero eriazo que quedó entre los caseríos, antes de concluirse la urbanización del todo el sector por entonces carente de agua potable, electricidad y alcantarillados. Hacia los primeros años de la actual centuria, todavía quedaba una parte del antiguo murallón parcialmente quemado, donde se realizaba esta incineración de cuerpos, además de algunos restos de criptas y mausoleos que ya han desaparecido.
NACIMIENTO FORMAL DE NUEVAS POBLACIONES
En febrero de 1965, en este impulso de improvisada urbanización motivada por las tomas de terrenos al Norte de Iquique, se dio por formalmente creada una población brotada este lugar de muerte, basurales, olvidos y enfermedades. El primer nombre que se le dio a la quizás más grande de ellas fue Población John Kennedy, como prenda de memoria al Presidente de los Estados Unidos, asesinado justo en los días en que comenzaba a nacer la población (pocos años después, tras morir asesinado también su hermano Robert, se le colocó su nombre a una de las calles interiores). La del cementerio propiamente tal, fue la populosa Villa Progreso, al parecer formada por pobladores que no pudieron quedar incluidos en las primeras tomas de la Kennedy.
El reconocimiento oficial de las poblaciones surgidas de las masivas tomas, fue el resultado de una gran lucha dada por sus propios habitantes, conducidos por dirigentes sociales como doña Inés Tabilo, que da su nombre a otra de las calles que trazan las cuadras de la Kennedy. Aunque sus primeras casas eran de material muy ligero (como madera, tabiques, cartón e incluso telas de sacos), muchas de ellas arrasadas en una excepcional tormenta de lluvia de otoño ocurrida ese mismo año, la comunidad estaba decidida a mejorar las condiciones de vida en el lugar y a permanecer establecida en estos terrenos, venciendo los temores y los escrúpulos por el pasado de aquel suelo.
A todo esto, los pobladores de todo este sector recibieron un importante incentivo y espaldarazo unos pocos meses después, cuando el Intendente Regional don Luis Jaspard inició gestiones para organizar a los habitantes de las ex tomas con su primera junta vecinal propia, que pudiera entenderse directamente con las autoridades, en una iniciativa que también contó con el apoyo de la Municipalidad de Iquique. En la Población Kennedy, por cierto, existe también una avenida homenajeando con su nombre a Luis Jaspard por esto mismo, pues a partir de estos cambios la población comenzó a ser incorporada más efectivamente al resto de la ciudad, proveyéndosela de servicios básicos, recorridos de locomoción colectiva y planes sociales.
Cabe advertir que, a principios de 1975, cuando fue conocida la súbita muerte en Santiago del insigne escritor, libretista y comunicador iquiqueño Jorge Inostroza Cuevas, autor de la inmortal obra «Adiós al Séptimo de Línea», la junta de la creciente Población John Kennedy habría decidido reunirse y rendir homenaje a su recuerdo adoptando su nombre desde allí en adelante: Población Jorge Inostroza.

Fuente URBATORIVM
Publicado el blog Urbatorium en el año 2013

Comentarios

  • Buen articulo,llegue a al sector por allá por los sesenta.

  • Luis césped

    Muy interesante , felicito al escritor del artículo , como iquiqueño nacido no conocía bien la historia.

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