El chino Koo tenía el secreto mejor guardado de Iquique glorioso, como es la receta del tradicional dulce nortino, el chumbeque. Arturo Mejías Koo parte del patrimonio local falleció anoche en la Clinica Iquique producto de un paro cardiaco.
El empresario iquiqueño, por años promovió fuera de Iquique el chumbeque como dulce tradicional de nuestra ciudad, hecho que logró en la capital y en otras ciudades.
Arturo Mejía Koo hace meses estaba aquejado de salud y su muerte ocurrió la noche del martes en la Clínica Iquique.
La historia del chumbeque tiene mucho de éxitos y sinsabores, los cuales el chino Koo logró salvar para mantener su producto como parte de la tradición nortina.
La historia que hace años contó a un medio local Arturo Mejías, es que su abuelo llegó a Iquique proveniente de Cantón a principios del Siglo XX.
Su nombre era Kaupolín Koo Kau. En 1920 llegó a Chile y al ingresar fue rebautizado por Ernesto Koo Flores. Con ese nuevo nombre y con algunos conocimientos de homeopatía y curación oriental, se autodenominó médico y comenzó a atender a los trabajadores de las salitreras. Su centro de operación fue Pozo Almonte.
Fue en esta localidad que conoció a su esposa Petronila Bustillo Sandoval, quien tenía como oficio hacer dulces a pedido. La historia familiar cuenta que el matrimonio tuvo una idea, mezcló una antigua receta de Cantón para hacer alfajores con los productos que había en Tarapacá. Luego de varios intentos surgió el chumbeque, “una mezcla de alfajor chino con queque chileno”.
Durante varios años continuaron haciendo este dulce a pequeña escala. Fue en 1952 cuando Ernestina Koo Bustillo, hija del matrimonio, instaló un almacén de abarrotes en Iquique. Su fama creció y comenzaron a repartir a otros locales de la ciudad. El negoció pasó a manos de Jorge y Gilberto Koo, quienes mantuvieron la tradición.
Fue a mediados de los años 70 cuando Arturo Mejía aparece en esta historia. Como sobrino de Jorge y Gilberto mantuvo una estrecha relación con ellos. En 1978 la situación económica de Arturo Mejía se complicó por la enfermedad de su padre y la falta de trabajo. Llegó donde sus tíos y pidió ser vendedor de chumbeques.
El los repartía a algunos locales de la ciudad. La producción en vez de crecer, disminuyó. Hasta que Mejía decidió comenzar a fabricarlos él mismo con la ayuda de un panadero. Al principio hicieron 500 con un sólo horno. Los vendió todos y la demanda creció. Luego fueron 1.000 a la semana y los pedidos seguían aumentando. “Entonces pensé que la clave era comprar maquinaria”. De a poco el negocio creció y comenzaron las ideas de tener una fábrica propia.