Por Jenny Rojas Muñoz, Directora Regional FOSIS Tarapacá
En el Agro de Alto Hospicio, en las casas de Iquique, en los patios de Pozo Almonte y en cada rincón de nuestra región, hay historias que merecen ser contadas. Historias de mujeres que crean con sus manos durante las noches después de que los niños están dormidos, de agricultoras que cultivan sus productos en un rincón de los predios de sus padres u esposos, de abuelos que tejen y cosen. Son nuestros emprendedores, esos chilenos y chilenas que no esperaron a que el sistema los acogiera, sino que crearon su propio trabajo con lo que tenían a mano o habían aprendido generación tras generación.
Desde el FOSIS en Tarapacá, donde la informalidad alcanzaba al 84% de nuestros emprendedores, hemos aprendido una verdad fundamental: detrás de cada negocio informal hay una familia que está haciendo lo imposible por salir adelante. Y nuestro rol no es señalar con el dedo, sino tender la mano. Hoy, gracias a las políticas de los gobiernos progresistas, hemos logrado reducir la informalidad en un 3,4% en los últimos años, demostrando que cuando el Estado actúa con determinación, los cambios son posibles. Estos avances no son casualidad: son el resultado de un compromiso con la igualdad de oportunidades, algo que las derechas históricamente han ignorado, privilegiando un sistema que perpetúa la desigualdad.
Por eso, cuando el Presidente Gabriel Boric nos encomendó la tarea de combatir la pobreza desde sus raíces, entendimos que debíamos ir más allá de los discursos. En estos años hemos visto cómo Katherine, que antes vendía artículos personalizados por Facebook, hoy tiene su taller, vende con factura y cotiza para su pensión. Cómo Rhode transformó un espacio de su casa para hacer de su peluquería y salón de uñas un negocio formal que estoy segura se transformará pronto en un hermoso salón de cuidados integrales en Alto Hospicio, donde además enseñará a otras mujeres un oficio con el cual sostener a sus familias, que es uno de sus grandes sueños.
Esto no es casualidad. Es el resultado de un cambio de mirada profundo y del trabajo que hemos realizado desde el Gobierno. Porque sabemos que una emprendedora o emprendedor que aprende a manejar sus finanzas ya no vive al día, sino que planifica el futuro de su familia; que un negocio que se formaliza deja de ser invisible y puede acceder a créditos, a ferias, incluso a venderle al Estado; y que cuando una mujer recibe capacitaciones no solo vende más, sino que recupera la confianza en sí misma. Estos logros son el fruto de políticas públicas diseñadas para nivelar el terreno, no de la falsa «mano invisible» del mercado que las derechas tanto defienden, y que solo beneficia a unos pocos.
Existen sectores políticos que quieren hacernos creer que la «ley del mercado» es la que debe operar, que existe una mano invisible que regula y que los que trabajan «más» serán los que lleguen a la meta. Toda esa retórica no es más que un «sálvese quien pueda», un mundo donde todo vale y mientras menos derechos mejor, porque estos limitan la libertad. Pero ¿de qué libertad hablamos cuando esta se paga con la precarización de la vida? Nosotros decimos que el verdadero mercado es aquel donde todos partimos desde un piso igual en oportunidades y acceso. Por eso celebramos cada avance, como la pensión garantizada que al fin reconoce el trabajo invisible de miles, ya que esas mujeres que no tuvieron trabajos formales mientras criaban, igual lo hicieron de manera informal mientras cuidaban. ¿Cómo olvidar a mi tía abuela, cosiendo bastas y remendando ropa en las tardes, mientras cuidaba a mis primos? Ya que sus papas trabajaban.
En Tarapacá lo vemos cada día: cuando un pescador artesanal accede a un curso de manipulación de alimentos, no solo está cumpliendo un trámite. Está conquistando el derecho a vender sus productos en nuevos mercados a un mejor precio, a darle un valor agregado que ya no solo se reservará para quienes históricamente han acumulado riquezas a costa del trabajo de otros. Cuando una artesana aymara registra su marca, no está siguiendo una burocracia. Está protegiendo generaciones de sabiduría ancestral.
Este es el Chile que estamos construyendo: uno donde el emprendimiento no sea el último recurso de los excluidos, sino una opción real de desarrollo. Donde formalizarse no sea un obstáculo, sino un puente. A quienes todavía dudan, les digo: visiten nuestra región. Conozcan a Myrian, que de vender frutas en la calle Resbaladero en Pica pasó a tener su producción de mermeladas artesanales en una cocina comunitaria con resolución sanitaria. A las Emprendedoras Inclusivas, quienes ahora participan en una cooperativa y tienen un espacio de venta permanente en el Hospital Regional Ernesto Torres Galdames. Ellas son la prueba de que cuando el Estado llega con oportunidades reales y no con promesas vacías, las vidas cambian. Y estos cambios son posibles gracias a los gobiernos progresistas, que creen en un país donde todos tengan las mismas oportunidades, no como las derechas, que solo ven el emprendimiento como un calmante, una promesa lejana de riqueza y desarrollo basada únicamente en el esfuerzo individual, en esta cancha dispareja.
El camino no es fácil, pero es justo. Y lo estamos recorriendo juntos, emprendedor por emprendedor, negocio por negocio, sueño por sueño. Porque en el Chile del Presidente Boric, trabajar dignamente no es un privilegio, sino un derecho que estamos haciendo realidad.