Este sábado fue un día aciago para Iquique. De ser la ciudad de la integración latinoamericana, pasó a ser retratada a nivel internacional, como un ejemplo de odio e intolerancia, tras el violento ataque a un grupo de migrantes que permanecen hace dos meses en calle Las Rosas con avenida Aeropuerto, a quienes les quemaron sus carpas y pocas pertenencias, sin poder hacer nada, más que arrancar.
«Yo no me esperaba que esto iba a pasar, fue muy feo… me quemaron todos los documentos míos, los de mi hijo también», relata Jean Carlos Castillo, originario de una localidad cercana a Maracaibo, estado de Zulia.
Estuvo casi un año en Perú, sin embargo la pandemia complicó aún más su situación de migrante, por lo que decidió dirigirse a Iquique, junto a su hijo de 15 años y otros cuatro venezolanos.
Afirma que ayudaba a un maestro en labores de construcción, dinero que le permite costear una pequeña pieza para su hijo adolescente, que lo acompañó en esta aventura y mandar algo a Venezuela, donde permanecen sus otros hijos. «Acá aceptan a una sola persona en una habitación y yo prefiero mil veces que mi hijo se quede allá y yo me quedo aquí, que no duerma en la calle», comenta.
Hoy domingo, con el ánimo que caracteriza a los chamos, se resignaba a salir adelante.