Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
“En una pugna entre las emociones y la inteligencia, las que siempre salen ganando son las emociones” (Dr. Franco Lotito C.)
Nuestro cerebro representa un complejo sistema neuronal que se encuentra en un proceso de constante adaptación en relación con el medio ambiente con el que interactúa, en función de lo cual, está recibiendo numerosa –y nueva– información a cada instante, siendo capaz de aprender de la experiencia, al mismo tiempo que es el órgano responsable de modificar el comportamiento de las personas.
Por otra parte, la plasticidad cerebral –o también neuroplasticidad– hace referencia a la capacidad de nuestro sistema nervioso de cambiar su estructura y funcionamiento a lo largo de toda la vida, como respuesta a la diversidad del entorno que rodea al sujeto. En este sentido, la neuroplasticidad le permite a nuestras neuronas regenerarse –tanto anatómica como así también funcionalmente– condición que redunda en la creación y formación de nuevas redes neuronales, lo que, a su vez, permite que un individuo que ha sufrido un daño en una determinada zona de su cerebro, movilice las funciones de un área dañada del cerebro y encuentre otros “puentes” y caminos hacia otras áreas no dañadas, con la finalidad de recuperarse y volver a tener una cierta normalidad. En este contexto, la “plasticidad estructural” se refiere a la capacidad que tiene nuestro cerebro para modificar su estructura física como resultado del aprendizaje.
El Dr. Norman Doidge, experto canadiense en neuroplasticidad cerebral, asegura en muchas de sus publicaciones, que nuestros “pensamientos son capaces de modelar a nuestro cerebro”, en tanto que el Dr. Santiago Ramón y Cajal, ganador del Premio Nobel de Medicina en el año 1906, anunciaba ya a inicios del siglo XX que “todos podíamos ser escultores de nuestro propio cerebro”, algo que hoy ha sido probado científicamente.
No está de más decir, que este enfoque también se utiliza en el proceso psicoterapéutico, ya que cuando el terapeuta estimula en el paciente la reflexión y el pensar sobre sí mismo, esto conduce a la persona a profundizar en su propio proceso de aprendizaje, a ver las cosas desde otra perspectiva y con una mirada distinta, así como también a cambiar el paradigma bajo el cual vive y/o se comporta, lo cual, en definitiva, lleva a un cambio interno de actitud personal.
Quien se suma a esta postura, es el Dr. Estanislao Bachrach, quién señala que “el primer paso para cambiar lo que no nos gusta, es el autoconocimiento”, un aspecto que forma parte integral de la Inteligencia Emocional. Es más. Este proceso reflexivo y profundo durante el cual la persona es acompañada por el terapeuta, induce en el paciente la creación de nuevas sinapsis cerebrales y nuevos caminos de acción.
Por su parte, el Dr. Daniel Kahneman, psicólogo y ganador del Premio Nobel de Economía en el año 2002, considerado el “padre de la toma de decisiones” en condiciones de incertidumbre señala en su libro “Pensar rápido, pensar despacio” que nuestro cerebro utiliza, básicamente, un tipo de sistema automático, rápido, intuitivo o emocional, que el Dr. Kahneman llama “Sistema 1”, el cual estaría activo la mayor parte del tiempo en forma independiente a nuestra voluntad, y que se guía por principios de economía cerebral, simplificando aquello que ve o escucha, activando muy poco un segundo tipo de sistema que tiene nuestro cerebro que es de corte más analítico y que Kahneman llama “Sistema 2”, el que es más lento, deliberativo y más lógico, en función de lo cual –y contrario a aquello que se nos enseña– no seríamos “seres racionales, analíticos y calculadores”, sino que, por sobre todo, seríamos “seres intuitivos y emocionales” que decidimos en base a nuestras emociones, incluso en situaciones que podríamos caracterizar de complejas.
Los múltiples hallazgos en Neurociencia han comprobado científicamente –mediante el estudio de imágenes cerebrales in vivo a través de equipos de resonancia magnética funcional–, que cuando las personas se enfrentan con la toma de decisiones, estas decisiones estarían influenciadas por elementos algo volátiles e incontrolables como las emociones. Lo anterior resulta muy fácil de comprender, si tomamos en cuenta lo que nos sucede cuando somos presa de emociones que nos desestabilizan, tales como la ira, la frustración, la rabia, el enojo, el miedo o los celos, por cuanto, en una pugna entre las emociones y la inteligencia, las que siempre salen ganando son las emociones.
Para comprender de mejor forma lo anterior, es preciso señalar que nuestro cerebro consta, principalmente, de tres zonas. La primera de ellas corresponde al “córtex”, que es el cerebro racional o cerebro pensante del sujeto. La segunda zona es el “cerebro límbico” o cerebro subconsciente, en el cual residirían las emociones, los miedos y sensaciones de las personas. La tercera zona correspondería al “cerebro reptiliano”, el cual ni piensa ni siente, sino que simplemente actúa en base a criterios de supervivencia y que nos permite entregar respuestas y reacciones en décimas de segundos, reacciones que nos pueden salvar la vida frente a un peligro inminente que nos acecha.
A través de muchos experimentos se ha logrado demostrar que cuando se trata de decisiones complejas, el hecho de utilizar procesos emocionales, mejora la toma de decisiones al compararlos frente al uso de procesos racionales.
La plasticidad cerebral es una de las herramientas que colabora en el desarrollo y adquisición de capacidades cognitivas, por cuanto, la neuroplasticidad tiene la facultad de moldear nuestro cerebro para que logre adquirir –y mantener almacenados– los nuevos aprendizajes, lo cual, por cierto, tiene una cierta semejanza con los aprendizajes realizados por intermedio del ejercicio físico, donde la práctica y la repetición del ejercicio determina que el nuevo movimiento aprendido se incorpore de manera definitiva en el organismo y se convierta en algo, prácticamente, automático.
Digamos, finalmente, que dado el hecho que muchas personas se preguntan cómo mejorar la neuroplasticidad de su cerebro, una de las principales sugerencias que se hace, es que las personas se preocupen de estimular constante y regularmente a su cerebro a través, por ejemplo, del estudio, la lectura, del uso de la mano no dominante, de realizar actividad física en forma habitual, de cambiar los paradigmas por los cuales se guía la persona, así como los puntos de vista y forma de ver las cosas, de aprender un nuevo idioma, de aprender a tocar un instrumento musical, etc., todo lo cual, irá incrementando en forma gradual la neuroplasticidad cerebral del sujeto, ganando incluso, algunos puntos en su coeficiente intelectual.
Dr. Franco Lotito C.
Este es un tema no menor por la gran incidencia que tiene sobre las personas, especialmente, cuando el sujeto está afectado por algún tipo de enfermedad que afecta su cognición, o bien, sufre algún tipo de daño cerebral.
De ahí la necesidad de analizar aspectos tales como la neuroplasticidad cerebral, las emociones de las personas y su vínculo con la toma de decisiones.