En este testimonio describo el instante en que Patricio, el hijo del abogado fusilado, reconoció los restos de su padre, pese a los 17 años que estuvo enterrado en la fosa escondida. Fue un momento muy dramático que enmudeció a todo el grupo.
Un capítulo de mi libro «La Fosa de Pisagua, Evidencia Criminal» da cuenta del largo proceso para encontrar la fosa clandestina, donde los militares del Ejército chileno, escondieron los cuerpos de las víctimas, que previamente, fueron brutalmente torturados.
La búsqueda iniciada por el equipo de prensa que lideraba el radiodifusor Fernando Muñoz Marinkovic, comenzó el año 1989 en medio de todas las dificultades y peligros por los controles de las rutas de acceso a Pisagua y la actividad de los agentes del Estado que tenían todo controlado.
Hasta la fecha lo más conocido del caso, es el desarrollo del proceso de desentierro o exhumación de los restos humanos de las víctimas.
El caso de la Fosa de Pisagua lo tengo vivo en mi memoria a pesar del paso del tiempo, porque participé de principio a fin, en lo que fue una investigación periodística que terminó con la edición de un video realizado por Fernando Muñoz, información que dio la vuelta al mundo porque ese registró fílmico se convirtió en una prueba irrefutable de los crímenes de lesa humanidad del régimen del capitán general Augusto Pinochet Ugarte. Y cobró mayor fuerza porque encontramos la tumba a poco más de tres meses de haber asumido el primer gobierno democrático que encabezó el Presidente Patricio Aylwin.
Pero centraré este testimonio, diez meses después de haber iniciado la búsqueda, es decir el día que encontramos el cuerpo del abogado Cabezas.
En el grupo de personas que se ofrecieron voluntariamente para participar en la búsqueda a partir del uno de junio de 1990, estaba, Patricio, hijo del abogado Julio Cabezas quien trabajó muy duro tirando pala en distintos puntos de la zona del viejo cementerio de Pisagua. Así, fueron removidas toneladas y toneladas de tierra y piedras, tanto en la playa como en el sector alto en los alrededores del cementerio.
Finalmente, el dos de junio de ese año, encontramos la fosa, en el lugar menos pensado; es decir, en un lugar de estacionamiento, a pocos metros de la muralla exterior del camposanto.
Mientras Fernando Muñoz con su cámara registraba todas las escenas, yo me había sumado desde el día anterior a tirar pala, en apoyo a los voluntarios que sudaban la gota gorda bajo el intenso sol del mediodía y la tarde. Todos en silencio desarrollaban ´su labor, con picota, chuzo y palas, removiendo la tierra, hasta que apareció el primer bulto en un saco de arpillera.
Hasta ese momento no teníamos certeza de lo que habíamos encontrado porque en todo el sector norte de Pisagua se encuentran antiguas tumbas. La única manera de asegurarse era abrir un saco, pero debía autorizarlo un juez y es por eso que se informó al magistrado Nelson Muñoz Morales, de Pozo Almonte (porque Pisagua es territorio de esa comuna pampina) o sea, el juez tiene jurisdicción en ese borde costero.
El magistrado llegó raudo acompañado de un secretario y una actuaria, además de personal de Carabineros, que cercaron toda el área para que no ingresaran intrusos.
Es así que ordenó a un perito ad hoc Olaf Olmos para abriera el primer bulto, que dejó al descubierto los restos de una persona fusilada con huellas de ráfaga de metralla en su pecho, los ojos vendados y maniatado de pies y manos. Durante el proceso de exhumación había que caminar con mucho cuidado para no aplastar los cuerpos deshidratados, resecos.
Adelantaré un poco mas el relato para llegar al caso del abogado Julio Cabezas, cuyo cadáver se encontraba casi al fondo de la tumba. Esta es la escena más impactante que me tocó presenciar y por la cual no pude contener las lágrimas porque al abrir el saco de arpillera y dejar al descubierto el cadáver, Patricio Cabezas lo observó detenidamente. ¡Es mi papá, es mi papá! dijo en palabras entrecortadas y angustiado.
El juez que observada la escena le preguntó, ¿por qué crees que es tu padre, hijo? -le preguntó el juez.
Patricio que tenía el rostro bañado en lágrimas le dijo que su padre usaba melena al estilo beatle, pero además le llamó la atención una chaleca de lana. Se la tejió mi mamá cuando lo llevaron detenido al Regimiento Telecomunicaciones-agregó.
El magistrado le dijo que se tranquilizar porque había que efectuar una prueba científica de identificación.
Entonces, el atribulado hijo, salió de la fosa, subiendo por la escalera, se fue a un costado del cementerio para llorar, mientras se fumaba un cigarro, ninguno de nosotros quiso perturbar ese momento.
Días después después se confirmaría la identidad del abogado Julio Cabezas Gacitúa.
Aún conservo una tarjeta de presentación de Patricio Cabezas en cuyo reverso escribió: Gracias, Mario, por ayudarme a encontrar a mi padre.