
Esta vez, el neoliberalismo se llevó la luz de dos pequeños seres, aplastados por el individualismo, masacrados por la fuerza de la represión, en medio de un privatizado elixir, pasión de masas: un partido de fútbol profesional.
Las autoridades, los opinólogos y desinformadores de los matinales, y los mismos de siempre, buscan culpables, demandan sanciones y que rueden cabezas. Inevitablemente, la inmediatez, junto con la idiotez, exige medidas urgentes para terminar con la «violencia» en los estadios. Corean a los cuatro vientos que faltan medidas, que falta mano dura y voluntad política del gobierno. Pero, ¿alguien apunta al origen, al fondo del asunto?
¿Y cuál es el origen del asunto? Queda muy lejos para la mayoría, tanto que no resulta relevante mirar en esa dirección. Es más simple y mediático observar los efectos recientes, para llegar a lo de siempre: más represión, culpar a los «desadaptados» sociales, y más represión y mano dura.
Corrían los años 80 cuando la dictadura instaló en ghettos sociales las poblaciones y barrios populares. La diosa blanca, o más bien su hermana bastarda, la pasta base, se diseminó entre miles de jóvenes sin esperanzas ni posibilidades. Así comenzaron a proliferar las bandas de micro narcos, mientras otros contaban las jugosas ganancias.
¿Y qué tiene que ver esto con la tragedia del estadio Pedreros del jueves pasado? Pues mucho y todo… La droga se instaló en los barrios, aquella y muchas otras, y se normalizó su consumo entre los jóvenes de hoy. Pero no llegó sola: llegó con la ilusión de que, si eras «vio», ibas a poder surgir sin importar el resto. Junto con los medios de comunicación y otras formas de la nueva «cultura», se instalaron las bases del individualismo y la deshumanización extrema que permea todos los estratos de nuestra sociedad.
Entonces, ese jueves por la noche, se juntaron todos estos cómplices. No los muchachos que querían burlar el negocio del fútbol, porque la privatización de este deporte también tiene su cuota de responsabilidad en esta tragedia. Y sí, la privatización, esa que le puso precios caros al deporte de masas, al más popular, ese que creció en interés y creó sueños en miles de niños y sus familias, en ser un crack del fútbol. Pero no por el deporte, sino por los estratosféricos e insultantes sueldos que ganan los futbolistas. Entonces, la mezcla de la frustración y la rabia que genera la imposibilidad de pagar una entrada para ver al club de tus pasiones llevó a estos hinchas a romper o intentar burlar las rejas de los insultantes precios y sueldos de los jugadores. Emociones y sentimientos que, de seguro, se vieron incrementados por el efecto de la diosa blanca y sus primas y medias hermanas, entre otras mal invitadas. Y las mismas primas estaban al otro lado de la vereda, insertas en las rabias, frustraciones y odios de los agentes públicos de casco y luma, esos que decidieron avanzar con todo en contra de la masa «violentista», con su dejo de ironía y desprecio por la vida del otro, del prójimo.
Así las cosas, el neoliberalismo puso sus garras sobre la vida de estos dos hinchas, pequeñas almas soñadoras. Movió las piezas para que el deporte más popular dejara de ser accesible a su principal seguidor, el pueblo, con sus abonos y entradas de alto costo. Instaló el individualismo extremo en cada rincón de la sociedad, el desprecio por el ser, la deshumanización, la ilusión del dinero fácil, y fortaleció la idea de impunidad de los miembros de las policías.
La violencia no está solo en los estadios; está en todos los rincones de la sociedad. Está dentro de las familias, en los lugares de trabajo, en los centros de educación, en las calles, y, por sobre todo, en el ADN de muchos que sienten y validan su uso como la mejor forma de resolver los problemas.
Mientras no apuntemos como sociedad, como mundo político, al origen del mal, todas las medidas que tomemos serán solo cantos de sirenas. Aparecerán nuevas formas de burlarlas, porque la rabia y la frustración, que están en ambos lados de la vereda, y el individualismo, todos hijos ilustres del neoliberalismo, dominarán nuevamente las acciones de las masas y cobrarán nuevas y más víctimas.