Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
La pregunta con la que se abre este artículo, no es menor, por cuanto, entre:
La pandemia por coronavirus y las consiguientes cuarentenas, restricciones de movilidad, suspensión de clases presenciales, etc.
La abundancia de equipos y medios electrónicos de comunicación: telefonía móvil, computadores, I-Pads, Facebook, Instagram, WhatsAp, Zoom, Twitter.
La adicción a esta diversidad de equipos electrónicos, con personas tan adictas a los juegos en línea, que pueden pasar hasta 12 horas encerradas y aisladas en sus habitaciones jugando de manera ininterrumpida y en solitario.
La desconfianza en relación con las personas que tenemos al frente de si estará contagiada o no de COVID-19, etc., está llevando a la sociedad, justamente, a una suerte de “aislamiento social”.
De acuerdo con el Dr. Jared Diamond –escritor científico, biólogo y fisiólogo– en este siglo XXI se estaría perdiendo el “capital social como para poder resistir la llegada de las fuerzas despersonalizadoras de las tecnologías modernas”.
Es así, que el usuario medio de telefonía móvil mira su teléfono aproximadamente cada cuatro minutos, pasa al menos seis horas al día –en promedio– frente a la pantalla de su celular o del computador y más de diez horas –es decir, una gran parte de sus horas de vigilia– conectado a algún dispositivo electrónico: televisión, celular, notebook, etc.
La directa consecuencia de estos “nuevos hábitos” de conducta, es que una parte importante de la sociedad ya no se está relacionando con las demás personas como seres humanos vivos, cuyos rostros y movimientos del cuerpo son visibles y están a la vista, y cuyas palabras y voces las podemos escuchar directamente.
Pareciera entonces, que estamos interactuando unos con otros como si fuéramos “mensajes digitales” a través de una de las tantas pantallas electrónicas que tenemos a disposición.
Es más. Ahora que no necesitamos estar frente a frente con el otro, resulta mucho más fácil perder la inhibición y el respeto, y mostrarse grosero y mal educado en relación con algunas palabras y frases que leemos en la pantalla, en función de lo cual, hacer lo mismo con una persona que tenemos al frente y que te mira directamente a la cara hoy se hace cada vez más sencillo. Por lo tanto, una vez que nos hemos acostumbrados a ser “agresivos y groseros a distancia”, resulta cada vez más fácil continuar siendo agresivos ante las personas de carne y hueso.
Es cosa de mirar a nuestro entorno, para darnos cuenta lo rápido que se ha instalado la polarización, el aislamiento, la división social, la agresividad, la delincuencia y la violencia.
Las formas de comunicación no presencial han aumentado de manera exponencial en todo el mundo, lo que ha llevado a un deterioro de la cultura de los acuerdos, de los compromisos y las negociaciones y, por defecto, a un aumento de la intransigencia, la intolerancia y la agresividad interpersonal.
A lo anterior se suman tres tendencias que contribuyen a profundizar este declive social: 1. La cantidad de dinero cada vez menor que se invierte en educación, lo que tiene como consecuencia, que de tanto ahorrar en educación nos estamos volviendo cada día más millonarios en ignorancia.
2. Los resultados cada vez peores que se obtienen a cambio del poco dinero que se invierte en el ámbito de la educación.
3. Las enormes diferencias que se advierten en la calidad de la “educación orientada hacia las masas” y la educación dirigida hacia las “élites nacionales”.
Esto ha traído como grave repercusión, que el rendimiento de los estudiantes en relación con los estándares mundiales se encuentre entre los peores del mundo en comparación con muchos otros países en cuanto a capacidad de comprensión lectora, así como en competencias y capacidades en matemáticas y ciencias.
¿Por qué razón es tan negativa esta situación? Porque todos los estudios indican que una educación de calidad en matemáticas y ciencias, además de los años de escolarización son los mejores factores predictores del crecimiento económico de una nación.
Otra mala noticia, es que nadie quiere ser profesor en nuestro país, ya sea, porque el pago es insuficiente, la cantidad de trabajo es muy elevada, el nivel de responsabilidad es alto y porque ser profesor no tiene un gran estatus social, a diferencia de otros países como Finlandia, Dinamarca, Corea del Sur, Alemania, donde la profesión docente atrae a los mejores estudiantes, ya que es una profesión muy bien pagada y que goza de un alto estatus social, al punto, que si un estudiante quiere ser admitido en la universidad para convertirse en profesor, debe estar entre el 5% de los estudiantes con las mejores calificaciones y tener excelentes resultados en los exámenes de ingreso a la universidad. Es más: por cada puesto de docente en una escuela secundaria de estos países, hay doce solicitantes.
La mala calidad de la educación provoca otra grave consecuencia: se perpetúa la distribución geográfica de la pobreza, a raíz de que la educación de calidad juega un rol clave e importante en el nivel económico y ascenso social que puede alcanzar una persona que recibe, justamente, una buena educación.
¿Cuál es la dolorosa y triste realidad a la que nos enfrentamos? La mayor parte de la población no recibe la formación necesaria para adquirir y desarrollar aquellas competencias, habilidades, aptitudes y conocimientos que representan el motor del crecimiento económico de un país y del propio desarrollo personal y profesional.
Quiero señalar, finalmente, que en los muchos años que llevo como docente y académico de diversas universidades, jamás me he encontrado con un estudiante que me haya dicho: “Sabe profesor: ¡Yo quiero ser docente en una escuela!”.
Dr. Franco Lotito C.
Tema no menor al que hay que prestar atención.