noviembre 13, 2024
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Nov

Olor a mar| @plumaiquiqueña

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@plumaiquiqueña

Los caminos del glorioso son impredecibles, cada día un lugar maravilloso por descubrir.

Recordaba las palabras de mamá Alicia diciéndome, sabes para el terremoto del 2014, mientras subíamos a los cerros, se sentía un olor a mar, como si las olas estuvieran golpeando el lar. Los iquiqueños sabemos de ese aroma, que traspasa nostalgias, emociones y sensaciones. Crecimos entre los cerros morenos y el océano Pacífico rodeando rocas, arena y conchas. Desde un elefante, el incesante oleaje de la playa larga retumba en el pecho, no estamos solos. Junto al indómito sol, el mar suena a la banda sonora perfecta que declama la memoria iquiqueña.

Desde niña vivía en el barrio El Morro, donde uno aprende primero a nadar y después a caminar. El despunte del alba era acompañado por ese aroma salino, los atardeceres en playa Bellavista, sincronizaban con los movimientos de los pies en la arena, removiendo machas y almejas. En verano, el olor se impregnaba en la piel, la sal resecaba manos, cara y pies.

Emulábamos a los antiguos changos cazando y pescando. Con la crisis del salitre de 1930, se produce el éxodo pampino al pequeño puerto de techos planos, sin alcantarillado, sin luz, solo un mar inmenso para amar, odiar en demasía, porque se ha llevado a los mártires de guerras y batallas impías. Neruda en la canción desesperada, se siente abandonado como los muelles en el alba y un mar que se lo ha llevado todo, dejándolo solo. Alfonsina Storni abrazaba la muerte y en el mar encontró la calma a su profunda tristeza.

Los calicheros se convierten en pescadores y mariscadores, eligen el mar y los peces para olvidar la picota y la intrépida chusca. Nace la vida barrial junto al mar, con colorainos, morrinos y cavanchinos. Emergen los clubes deportivos, potos verdes, mascarrieles y comeperros, de puertas y ventanas abiertas, todos conocidos, el despacho con la libreta, la siesta, la sobremesa, el aseo de las veredas con lavaza y la espera del ocaso del sol.

caleta riquelmeEl aroma a mar se vive recibiendo una oleada de buenas noticias, como el permiso por parte de la Capitanía de Puerto para cambiar la cara de la playa El Colorado. Áreas verdes, paseo, estacionamientos y una rampa son algunas de estas nuevas modificaciones.

Por décadas, los aromas del mar han permanecido a través del tiempo y los cambios sociales como las banderas negras, la instalación de pesqueras y la Zona Franca.

La caleta Riquelme ofrece el mejor Cavanchero o Cavanchino, herencia de las Chamayas; operarias de la industria conservera de la península de Cavancha, las cuales, en su colación, preparaban con un pan, mono o atún cocido, un poco de cebolla y cilantro o perejil.

La complicidad del océano y los botes de esfuerzo embelesan mi más profundo sentir, es difícil desviar mi atención. Así como el poeta iquiqueño Óscar Hahn que quiere bajar hasta el mar, quiere que el mar lo salpique, a ver si puede encontrar una ola de su Iquique.

Es bueno regresar a casa, respirar ese olor a mar y sentir que, bajo cualquier circunstancia, no hay lugar como el hogar.

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