@plumaiquiqueña
Corría el año 1986, de dulce y agraz, una tragedia enlutó a una ciudad completa, explosión en industrias «Cardoen», en la cual, 29 trabajadores perdieron la vida. A su vez la Selección Argentina ganó en México su segundo Mundial de Fútbol, con Diego Maradona como figura excluyente. El cometa Halley hizo su última aparición en el siglo XX. Se produce también una explosión nuclear en la planta de Chernóbil, Ucrania. Muere el escritor Jorge Luis Borges.
Acontecimientos que dejaron marcado a fuego el año 1986 en la memoria colectiva y la mía también, porque a mis 9 años le pedí a mamá si podía cambiarme de colegio, “María Auxiliadora» con la Sole, Sibo, Poly y la Javy.
Recuerdo estar jugando con ellas, al corre el anillo, ha llegado carta en las escaleras del block A-2 de la Remodelación El Morro. Esperando ansiosa la respuesta, le pregunté, mamá ¿Cómo te fue? No me fue bien hija, respondió, pero te matriculé en la escuela A-2, donde estudié cuando niña con Anita Carvajal. Sabes es un excelente colegio, con un tremendo patio, un árbol gigante para escalar, un gimnasio y proscenio.
¡Quedé sin habla! Fue mi primera decepción, nunca supe los motivos, sin embargo, se rumoreaba que no aceptaban a hijos de padres separados. ¡Paaf! Mis amigas y yo, quedamos acongojadas, destrozadas, queríamos permanecer juntas en la misma escuela, sala, patio y regreso a casa bajo el cantar de las olas.
Bueno ese año me fui a vivir por un tiempo a la casa de mi abuelo, en calle Sargento Aldea, al frente del «Supermercado La Vega». Atrás quedaron las travesuras en la casa de las rocas, jugando a la chaya y conversando en la piedra antes de ir a acostarme con la lunita de Telenorte.
Llegó el primer día de clases, uniforme perfectamente planchado, zapatos lustrados, corbatín y delantal azulino. El pelo nuevamente estaba sometido a la despiadada trenza maría y a las ganas de ver a mis compañeros, jugar, abrazarlos y conversar lo que habíamos hecho en el verano. Sólo llevaba un cuaderno y un estuche, más el bolso de cuero que conservaba del año anterior.
Estaba contenta, se había disipado la pena, les había prometido a mis amigas morrinas invitarlas a mi nueva casa. Me iba caminando al cole, por calle Juan Martínez hasta Orella, mientras deslizábamos el ímpetu del primer día, las memorias familiares cobraban vida por las calles de la alegría. Mi curso de ese año; el cuarto “C”, mi sala; situada en el segundo piso, mi profesora jefa; se llamaba Silvia, mis compañeros; eran 40 pelusones, más un pizarrón vetusto, un estante para los materiales, una almohadilla y las más poderosas mesas para aprender y aprehender en la nueva escuela.
Treinta seis años después, se repite el esperado ingreso a clases, en plena Pandemia. Los niños han perdido dos años en asistir a una sala de clases y socializar (abrazarse, discutir, compartir alimentos o juguetes, jugar, correr, repartir roles de liderazgo, ganar, perder, etc.) con sus compañeros en el aula y patio.
Cuantos alumnos de sexto básico, se reencontraron en primero medio o cuantos conocieron por primera vez a sus compañeros.
Fue un período agresivo de tele trabajo y clases online, y hoy estamos saliendo de la jaula para volver a la seudo normalidad.
Se hace necesario entonces restablecer los vínculos afectivos, y el cara a cara para formar seres humanos reflexivos, amorosos, rescilientes y empáticos. De lo contrario seguiremos adscritos a la sociedad del cansancio ( Byung- Chul Han).