Dr. Franco Lotito C. – www.aurigaservicios.cl
Académico, escritor e investigador (PUC-UACh)
Probablemente usted ya sabe que una persona envidiosa no sólo siente un rencor profundo y hostil cuando hay otro individuo que tiene lo que la primera persona desea, sino que también goza y disfruta cuando el sujeto envidiado pierde algún bien, pierde un puesto de importancia o alguna capacidad especial. ¡Y lo disfruta mucho, no obstante, que en las enseñanzas cristianas, la envidia representa uno de los siete pecados cardinales o capitales!
Esta relación –“dolor asociado a la envida por el bien ajeno”– fue descubierta por el investigador y experto en neuroimágenes, el Dr. Hidehiko Takahashi y su equipo de científicos pertenecientes al Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón.
Aunque no se ha descubierto una predisposición biológica a sentir envidia, existen algunos factores que impulsan su desarrollo, como cuando, por ejemplo, se analiza a pacientes que en su infancia tuvieron vivencias y experiencias con sus hermanos(as) que ellos consideraban como injustas. Es así, por ejemplo, que la preferencia de los padres por uno de los hijos, tiende a marcar el desarrollo afectivo de una persona, y si un niño(a) creció compitiendo con los otros hermanos con la finalidad de obtener algo que él o ella sentía que no tenía o que no recibía por parte de los padres, hace probable, que dicho sujeto siga experimentando, posteriormente, esa sensación de injusticia y resentimiento cuando adulto.
En esta investigación, que fue publicada en la revista Science y que tiene un título muy sugerente, a saber: “Cuando tu ganancia es mi dolor y tu dolor es mi ganancia: correlatos neuronales de la envidia y del gozo por el mal ajeno”, el Dr. Takahashi y su equipo analizaron y describieron las imágenes cerebrales de 19 personas voluntarias sanas y normales –diez hombres y nueve mujeres– a las que se les solicitó que se imaginaran a sí mismas como los protagonistas de diversos dramas sociales junto a otros personajes que tenían, ya fuera, un mayor, o bien, un menor nivel de estatus social, de cualidades, habilidades o grado de éxito.
Pues bien, cada vez que estas personas experimentaban envidia respecto de las cualidades superiores o del mayor grado de éxito del otro, se activaban las regiones cerebrales involucradas en el registro del dolor físico: cuanto “más profunda era la envidia, de manera más vigorosa se movían los centros de dolor del córtex cingulado anterior dorsal”.
Pero hay más. Cuando a los participantes se les daba la oportunidad de imaginar que el sujeto envidiado caía en la ruina total o perdía sus habilidades y capacidades, rápidamente se activaban los circuitos de recompensa del cerebro de una manera proporcional a qué tan grande era la envidia. Es decir, aquellas personas que sentían mayor grado de envidia, reaccionaban a la noticia de la desgracia y desventura ajena “con una respuesta comparativamente más activa en los centros dopaminérgicos del placer del cerebro”.
El Dr. Takahashi señala que aquellas personas que tienden a tener un mayor grado de conflicto social, resentimiento o sentimientos de envidia hacia otros, son también personas más propensas a experimentar una fuerte sensación de agrado y satisfacción cuando es otro el sujeto al que le va mal.
Este investigador evaluó el grado de envidia o gozo que sentía un participante, por medio de un cuestionario aplicado en forma previa al experimento, luego de lo cual, llevaba a cabo una serie de resonancias magnéticas de los sujetos experimentales con la finalidad de verificar qué zonas del cerebro se activaban, respectivamente, frente a los distintos escenarios que enfrentaba el sujeto voluntario.
El estudio muestra que la envidia es una emoción tan fuerte, que el cerebro la procesa como un dolor, lo que, a su vez, potencia el placer y agrado de saber que la otra persona ha fracasado, tal como si se tratara de “una misión cumplida”, donde las desgracias de los otros tienen un sabor a miel y generan gran satisfacción en el sujeto.
La envidia –a diferencia de los celos, por ejemplo– se relaciona con la competencia, con tener lo que el otro tiene, con ser el más aventajado o ser el más capaz, aún si eso implica que el otro tenga menos que nosotros y que eso le produzca mucho daño. En este sentido, la envidia se relacionaría con factores competitivos y/o agresivos, y no necesariamente, con tener baja autoestima, algo que es más propio o más característico de las personas celosas.
Otros experimentos anteriores ya habían comprobado que la “desgracia ajena le hacía bien al envidioso”. Este experimento fue realizado por el Dr. Robert Reich, un economista de la Universidad de Harvard, y consistió en ofrecer a las personas dos escenarios hipotéticos, ante los cuales los sujetos experimentales debían decidir. Un ejemplo es el siguiente: Escenario N° 1: “Yo y mi vecino ganamos el mismo sueldo: $900.000”, escenario N° 2: “Yo gano $950.000 y mi vecino $1.700.000”. El economista utilizó este método de elección con muchos de sus estudiantes universitarios, demostrando que más del 50% de las personas tienden a elegir la primera de las opciones, a pesar de que la segunda es, claramente, más beneficiosa para el sujeto, pero la envidia por el vecino que gana mucho más corroe por dentro a la persona y lo impulsa a seleccionar la primera opción.
Ahora bien, la ciencia está continuamente revelando las raíces fisiológicas de las emociones y comportamientos humanos. De acuerdo con distintos estudios, detrás de la envidia, los celos o la ira, está nuestro cerebro actuando. No seríamos nosotros, realmente, los sujetos envidiosos, iracundos o celosos, sino que esa masa de kilo y medio de cerebro que –en teoría– todos tenemos en la cabeza.
En la Universidad de Zurich, Suiza, descubrieron que la “intención de vengarse” estimula la misma parte del cerebro que cuando comemos un postre. Dicho en palabras simples: el acto de desquitarse (o el sólo hecho de imaginarlo) produce en nuestra materia gris un placer análogo a paladear un chocolate o un rico helado. Es decir, esta comprobación científica demuestra que la venganza sería, en efecto “dulce”.
Y de acuerdo con el descubrimiento del Dr. Takahashi, la envidia, literalmente, duele físicamente. O eso es lo que, al menos, nuestro singular cerebro nos hace creer y experimentar.