@plumaiquiqueña
Me esperan días hermosos en familia, abrazos apretados con los cariños verdaderos y sentires profundos con mi sangre iquiqueña.
Son 15 días de sol luminoso; aguas mansas y cristalinas; quietud de la vorágine urbana, son 15 días de libertad absoluta para reír; cantar; saltar; correr a pata pelá por la arena tibia con los sobrinos y jugar a la bendita chaya con harina y agua.
El destino elegido esta vez no es Chanavayita. Atrás quedaron los vuelos arriba del Brasilia rojo cargadito hasta al tope en el techo con carpas, colchones, palos; todo amarrado por un gran pulpo. Íbamos sentados y apretados al viaje infinito, al edén de los camanchangos, a la playita de las aguas tranquilas.
Sentir el roce del viento aceleraba mi corazón ansioso y algo alborotado. Hoy las sensaciones se repiten como la primera vez, las aguas de la playa Ike Ike cubren la mitad de mi cuerpo, el suelo arenoso dibuja un mapa solar donde puedo caminar sin miedo a nada. Me siento plena, feliz sumergiéndome en cada ola, ya no soy una niña, mis hijas son las protagonistas de esta nueva historia, todo lo que viví en décadas pasadas, ellas lo articulan construyendo castillos de arena, jugando a pata pelá, corriendo por los roqueríos, saltando en las pozas, persiguiendo playeros y garumas, mariscando con mi tío Chuma que también es suyo; a punta de chope y un chinguillo.
Es el corazón y tan frágil de romper, sin embargo, el cielo lo cuida y protege porque siente tanto amor con la reina de todas las fiestas junto al sonido silente de la chusca revuelta. Los botes han marchado a otra caleta, yo sigo atrapando cangrejos y evitando pisar potos colorados, verdes y negros.
Vislumbro a lo lejos un buzo desconchando locos y lapas, el aroma a mar y a erizo traspasa las cortinas de la playa. No siento el ardiente calor quemando mi espalda ni tampoco mis pisadas, el encuentro es inminente entre el hombre de mar y mi apetito por engullir una lengüita de erizo con arena y misterio.
La mesa está servida y los primeros en sentarse son los niños. Saborear ese delicioso pescado es la sensación y conexión más cercana a la infancia. Amo vivir esta experiencia y adoro compartirla con mis hijas y sobrinos. Es hora de jugar a la chaya, se desata la fiesta nortina en travesuras y risas por doquier.
Me revientan dos huevos en la cabeza, yo les devuelvo un puñado de harina de vuelta. Al tío Chuma lo agarran de manos y pies y lo tiran al agua. ¿Dónde está el iquiqueño y su espíritu playero?, la respuesta se encuentra en este paseo sencillo con sabor a sal de mar, mariscos, pescado fresco y a erizo. Mis días felices se convierten en realidad y vuelvo a vivir la vida bonita de sentir la libertad por el ancho mar.