Gisela Villalobos Uribe, iquiqueña, nacida y criada en la población Caupolicán, desde pequeña quiso ser actriz. La animaba el poder interpretar roles y crear personajes. “Yo partí muy chica a los 7 años en ballet clásico en la Escuela Artística, posteriormente me salí del ballet porque no me gustó, había mucho bullying. Me desmotivó la profesora de ballet y siempre estuve con la curiosidad de hacer teatro porque yo veía a los niños que estaban haciendo teatro y lo pasaban chancho”, recuerda con una sonrisa.
Pudo sacarse las inseguridades que le imponían los demás al asociar a las actrices con la belleza hegemónica del cine y las telenovelas. “Cuando ya iba como en tercero, cuarto medio, dije: lo voy a intentar, porque había talleres de teatro y siempre quise ser actriz, pero me daba mucho pudor decirlo porque era como siempre pensaban en la actriz de la telenovela, como la niña bonita, y yo no cumplía esos cánones.”
Estudió comunicación escénica, pero no le gustó, pero insistió en un taller de teatro en la Universidad Católica de Valparaíso. Luego postuló a varias escuelas de teatro y fue aceptada en el Teatro Camino, dirigido por Tito Noguera. Por dificultades financieras, esta escuela cerró y terminó sus estudios en la Universidad Mayor de Santiago.
Sus primeros pasos en el teatro profesional fueron en la capital, donde se fascinó interpretando roles para teatro infantil, lo que compatibilizaba con sus vacaciones en Iquique donde colaboraba en la Compañía de Teatro Antifaz, que es parte relevante de su trayectoria.
Hoy, tras casi dos décadas dedicadas a las tablas, distribuye su tiempo además en los talleres del espacio cultural FormArte y en la vinculación comunitaria con la población Caupolicán y en un proyecto que pronto verá la luz. En 2016 comenzó a escribir la obra “Perra Chola”, que aborda la violencia y el femicidio frustrado, creación que atesora por el tiempo invertido en su creación, pero que aún no ha sido presentado en Chile y que actualmente postula a un fondo de artes escénicas.
El año 2018 fue clave para ella, ya que fue cuando comenzó a trabajar en FormArte, un espacio que busca brindar formación en artes escénicas en la región de Tarapacá, dirigido a artistas locales que posean al menos cuatro años de trayectoria en la región. “El centralismo y la falta de escuelas de artes en la región siempre han sido un desafío, y Formarte busca romper esa barrera, trayendo formaciones gratuitas y accesibles para la comunidad artística de Tarapacá”.
A pesar de los desafíos, Gisela ha logrado mantener un espacio físico en plena población Caupolicán donde pueden crear, algo esencial para el proceso teatral, que requiere ensayos constantes. Durante la pandemia de 2020, se vieron obligados a cerrar el espacio físico, pero continuaron sus actividades online, realizando conversatorios y talleres formativos. Con la reapertura, Formarte se integró en la Red Taqini, que reúne espacios autogestionados.
El enfoque de Gisela en la colaboración comunitaria es clave en su trabajo, buscando siempre una horizontalidad en la relación con la comunidad. Para ella, el arte no solo debe centrarse en la creación artística, sino también en otros aspectos importantes de la vida en comunidad, como el medioambiente, la seguridad ciudadana y el deporte. “Siento que es la única forma de que nosotros podamos construir una comunidad diferente”.
Gisela sigue soñando con un espacio escénico adecuado en Iquique, con las condiciones necesarias para que todos los artistas locales puedan desarrollar su trabajo sin tanta burocracia, ya que reconoce que queda mucho por hacer para que el arte en regiones tenga el apoyo y las condiciones necesarias. “Creo que es importante el apoyo del Gobierno Regional para que el teatro pueda crecer más”, concluye.