En diciembre pasado, un grupo de arqueólogos terminó de ejecutar un proyecto Fondart 2015 para hacer un registro de un total de 560 geoglifos, distribuidos en 18 sitios, en la zona de Chug Chug, en la Región de Antofagasta.
Esta investigación permitió analizar los geoglifos en tanto representaciones visuales y como indicadores de interacción entre las poblaciones prehispánicas de Tarapacá, el Loa y Atacama.
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El trabajo de la Fundación Desierto de Atacama es uno de los pocos centrados en un patrimonio arqueológico actualmente subutilizado a nivel nacional.
Hoy por hoy, los miles de geoglifos del norte de Chile -ni siquiera hay un catastro actualizado- son víctimas de los rallies -como el Dakar, que en 2010 obtuvo permiso para pasar al lado del sitio arqueológico de Chug Chug, el más grande de la región- y las mineras, que destruyen amparados en una normativa legal débil y un Estado ausente o, lo que es peor, directamente cómplice.
«Los geoglifos son un bien arqueológico, en términos legales, y la ley los protege. Pero eso sólo lo dice un papel, no implica que haya fondos ni una política para su resguardo», alerta el arqueólogo Gonzalo Pimentel.
De la época de Cristo
Los geoglifos tienen una antigüedad que va entre los 500 y 3.000 años. Realizados por distintos pueblos indígenas, en Chile se encuentran principalmente entre las regiones de Arica y Antofagasta. Son figuras de humanos y animales que fueron realizadas a la vera de lo que se conoce como la ruta caravenera, que era el camino comercial de la época. La mayoría fueron hechos entre el años 900 y el 1.450.
«Los geoglifos del norte de Chile son algo muy singular a nivel mundial, porque en el mundo hay muy poco geoglifo«, señala Pimentel, académico de la Universidad Católica del Norte y presidente ad honórem de la Fundación -que cuenta con un equipo de quince personas- y probablemente una de las personas que más sabe de geoglifos en Chile.
Estas figuras -que fácilmente pueden medir unos 15 metros de largo- son hechas en la tierra y principalmente en la ladera de los cerros. Fueron hechos por muchos pueblos distintos, cuyos herederos actuales son las comunidades atacameñas, quechuas y las culturas de Tarapacá y Arica.
La técnica es relativamente sencilla y tiene que ver con la característica del terreno, donde usualmente una delgada capa superficial de color negro eventualmente cubre otra más blanquecina. La simple remoción basta para generar una figura.
«Lo difícil es cómo generar las proporciones de estas grandes figuras para que se puedan identificar a la distancia, usualmente a 500 metros», dice el especialista, cuyo equipo trabaja con drones y análisis por computador para no afectar los bienes arqueológicos. «Lo increíble de estas sociedad es el manejo de las proporciones, incluso las desproporcionaban a propósito para ser vistas a lo lejos».
«Tenemos la noción de que hay una matemática detrás, pero nos falta mucho para identificarla. No es que llegaban y hacían una figurita como quien se pone a dibujar en una hoja en blanco. Deben haber usado cordeles con medidas definidas, todo un sistema muy estandarizado».
¿Cuantos geoglifos hay? Para Pimentel es imposible de precisar, porque «cada vez que salimos a terreno encontramos más». Pone como ejemplo que, sólo en la región de Antofagasta, si en 1976 se conocían cinco sitios de geoglifos, en 2005 eran 25 y hoy son 60. «Esto es de una dimensión tan gigantesca que ni siquiera tenemos vida para registrarlo», resume.
Un ejemplo mundialmente conocido es el gigante de Atacama, en el cerro Unita, comuna de Huara, cerca de Iquique, que representa a un chamán. Data del 500 a.C., según estimaciones de Pimentel. «Como otros geoglifos, fue hecho por pueblos caravaneros para ser visto desde la ruta por los viajeros».
Por desgracia, según Pimentel, también es un ejemplo de la desidia del Estado respecto a estos bienes arqueológicos. Con una millonaria inversión, el gobierno contrató una empresa para realizar una serie de protecciones al lugar, como un muro y luminarias, pero la compañía quebró y dejó el sitio lleno de desechos.
«Es uno de los ejemplos más dramáticos de cómo se maneja esto a nivel nacional, y eso es pan de cada día», remata Pimentel.
Variedad de técnicas y figuras
Pimentel destaca que las figuras fueron hechas con una enorme variedad de técnicas y contenidos, que variaban según la época. «Uno diría que la función primaria era una señalización en el camino, pero es mucho más complejo porque representan el imaginario e ideología de estas sociedades antiguas».
Hay mucha representación de la fauna local: camélidos, lagartos, fauna marina (cetáceos y albacoras), aves del altiplano (como el suri). «Los seres humanos son representaciones de la identidad de los grupos que pasaban por esos lugares», agrega.
El arqueólogo resalta que aunque muchos ya son conocidos, otros siguen estando sin registrar. «Como son tantos, la arqueología no ha logrado tener un catastro completo de la dimensión y cantidad de estas figuras», lamenta.
«La mayoría están en un absoluto estado de abandono, sin ningún tipo de resguardo ni cuidado. Ni siquiera los más conocidos, con algún grado de protección, están exentos de ser dañados». En el pasado, eventualmente el Ministerio de Bienes Nacionales ha anunciado medidas legales cuando han sufrido daños.
Rallies y mineras
Por ejemplo, en Quebrada de Los Pintados, cerca de la localidad de Huatacondo, en la comuna de Pozo Almonte, donde labora la minera canadiense Tek, varios geoglifos han sido dañados por vehículos que circulan en la zona, que muchas veces ni siquiera se dan cuenta que transitan por arriba de un sitio arquelógico. Lo mismo sucede con cierto turismo que, en el afán de verlos más de cerca, también los afecta, señala Pimentel.
Prospección-arqueológica
«Todos los proyectos de la gran minería (tanto pública como privada), de alguna manera afectan el sector», dice, para señalar que la flexibilidad de la ley actual torna casi imposible perseguir a los responsables de los daños. En Chug-Chug. la Fundación busca que la zona sea declara «bien nacional protegido» para impedir más daños, en un trabajo con las comunidades indígenas y los municipios.
«La institucionalidad chilena respecto al patrimonio, especialmente arqueológico, no está a la altura de lo que hay. No hay una mesa que analice específicamente el tema de los geoglifos. Todo lo que se hace es prácticamente desde instituciones ciudadanas como las nuestras», a diferencia de Perú, donde ha habido un trabajo sistemático de protección que ha llevado entre otros a que lugares como las Líneas de Nazca sea declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994, con un incremento exponencial del turismo, aunque eso tampoco ha impedido daños allí.
«Nosotros preferimos el Dakar, que destruye esto, y que más encima hay que pagarle, aparte de la propaganda gratuita que le hace Sernatur a una empresa privada francesa, multimillonaria, a cuidar uno de nuestros principales bienes culturales y turísticos, sostenibles en el tiempo», dice.
«Otro país lo manejaría de otra forma», remata, como por ejemplo mediante una ruta turística destinada exclusivamente a visitar los geoglifos o un trabajo de investigación sistemático para postularlos a Patrimonio de la Humanidad, que sólo se puede hacer desde el gobierno, concluye.