¿Es posible el orgasmo vaginal? ¿Hay alguna otra manera de conseguirlo? Es signo de que la era de la información ha multiplicado la oferta de conocimiento pero apenas ha aumentado el impacto de este conocimiento sobre la realidad que una discusión como esta permanezca viva en el campo de debate sobre la sexualidad.
Si es usted un hombre heterosexual y su pareja alcanza el orgasmo habitualmente y sin problemas simplemente mediante penetración vaginal, pertenece usted a un grupo enorme o a un grupo minúsculo: el enorme de los engañados o el minúsculo de los que han encontrado a una mujer cuyos orgasmos llegan de ese modo, sin necesidad de ninguna otra estimulación.
¿Es posible el orgasmo vaginal? ¿Hay alguna otra manera de conseguirlo? Es signo de que la era de la información ha multiplicado la oferta de conocimiento pero apenas ha aumentado el impacto de este conocimiento sobre la realidad que una discusión como esta permanezca viva en el campo de debate sobre la sexualidad. Lo cierto y comprobado es que la mayor parte de mujeres no obtienen orgasmos por estimulación vaginal, si es que hay alguna que lo haga. Olvide usted el porno y baje a la tierra si lo que quiere es una relación sexual sana y sincera. O al menos consuma ese porno en sus diversas variantes. Aunque fantaseado, en todo caso, le ofrecerá más perspectiva.
La dificultad de las mujeres para llegar al orgasmo y los diversos caminos hacia él han sido objeto desde hace mucho de un debate en el que lo político está presente. En los setenta, escritoras como Anne Koedt arremetieron contra el silencio que envolvía al asunto. Koedt lo hizo con un texto, El mito del orgasmo vaginal (1968) en el que directamente negaba la existencia de un éxtasis femenino inducido por la estimulación vaginal: “Siempre que se discute sobre el orgasmo y la frigidez femenina”, dice Koedt allí, “se hace una falsa distinción entre el orgasmo vaginal y el clitoridiano. (…) En realidad, la vagina no es un área de alta sensibilidad y no está preparada para lograr orgasmos. Es el clítoris el centro de la sensibilidad sexual y el que constituye el equivalente femenino del pene. Pienso que esto explica muchas cosas: lo primero, el hecho de que la tasa de la llamada frigidez sea tremendamente alta entre las mujeres”.
No mucho después que Koedt, Shere Hite publicó su revolucionario “Informe”, que aún hoy es un libro de lectura obligada en este campo. Mezcla de posicionamiento político, encuesta rigurosa y periodismo, el “Informe Hite” mostraba que un setenta por ciento de las mujeres encuestadas jamás había obtenido un orgasmo mediante la penetración vaginal, y que, sin embargo, esas mismas mujeres eran capaces en su mayoría de llegar al orgasmo fácilmente masturbándose o mediante la estimulación del clítoris (manual u oral) por sus compañeros.
Koedt, y también Hite, apuntaban acusadoramente a la culpabilización de la mujer por parte de la cultura dominante que consideraba la “frigidez” femenina como un problema psicológico “de ellas” en el que el hombre poco o nada tenía que ver. “La frigidez ha sido generalmente definida por los hombres como el fracaso de la mujer para obtener orgasmos vaginales”, escribió Koedt. Y ahí está quizá, el gran problema. ¿Es la frigidez la incapacidad de la mujer para conseguir o la incapacidad del hombre para proporcionar? A veces lo uno, a veces lo otro, lo cierto es que en un juego de dos ambos deben poner de su parte. Pero lo cierto es también que, experimentada por la mujer, es a ella a quien más parece preocupar esa frustración.
Un camino directo al orgasmo
Preguntas al respecto como la recogida en este artículo de The Guardian son casi siempre enunciadas por mujeres. “Tengo treinta años y sólo he tenido un orgasmo en mis relaciones (penetración vaginal)…”. Etcétera. La respuesta ha sido escuchada (que no atendida) miles de veces: “Si eres como la mayor parte de las mujeres, la estimulación directa de tu clítoris –manual u oral– será siempre el medio más sencillo para conseguir un orgasmo, pero hay ciertas posiciones específicas para cada persona en las cuales el clítoris estará lo suficientemente estimulado para alcanzar un orgasmo”. Etc.
Por supuesto, como dirían los Monty Python, “no es necesario abalanzarse sobre el clítoris de buenas a primeras”. Ya Koedt enunciaba lo obvio: que nuestra sexualidad no es sólo física sino también psicológica, y que la búsqueda de nuestros “fantasmas” es una labor necesaria (y a veces apasionante): “Además de la estimulación física, que constituye la causa más común de orgasmo para la mayoría de las personas, también existe la estimulación a través de procesos mentales. Algunas mujeres, por ejemplo, pueden alcanzar un orgasmo mediante fantasías sexuales o fetiches. De cualquier manera, aunque la estimulación sea psicológica, el orgasmo se manifiesta físicamente”.
Todo ello (y todo lo añadido en las décadas que nos separan de los trabajos pioneros de Koedt y Hite) nos lleva, en un nivel básico de relación de pareja, a interrogar no sólo a las mujeres (que sin duda en ocasiones no se han liberado de su yugo y no son capaces de expresar con claridad sus deseos y frustraciones), sino, sobre todo, a los hombres. Si se puede llegar al orgasmo de varias maneras y su pareja femenina lo desea realmente, ¿qué es lo que falla? Falla –de manera flagrante, en la mayor parte de los casos– la otra parte. Falla usted.
Por supuesto, las represiones culturales no funcionan sólo sobre las mujeres. Un vistazo a la cultura pop, ese barniz fácilmente identificable pero a menudo revelador de corrientes de fondo, indica que el tabú del cunnilingus ha estado y está vigente en amplias capas de la población, y se exterioriza todavía sin demasiada vergüenza.
Está, por supuesto, la clásica anécdota de cama de Elvis y Cybill Shepherd, cuando El Rey le espetó a la entonces adolescente Cybill que “los hombres blancos no comemos coños”. Pero hay muchos más ejemplos recientes. En el mundo del hip hop negro, por ejemplo –y exceptuando a gente como Lil’ Wayne, que ha hecho verdaderas y muy divertidas odas al sexo oral– el mensaje se perpetúa y se explicita cada dos por tres.
Su repetición desde polos del espectro aparentemente opuestos ha dado lugar a innumerables chistes y permite concluir que los idiotas sexuados abundan en ambas razas y, –con la esperanza de que el gigante asiático nos desmienta– el prejuicio ante una de las formas más seguras de obtener un orgasmo femenino sigue bien enraizado en todo el mundo.